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Las lecciones vigentes que nos deja el Golpe de timón

Hace cuatro años se transmitió el primer concejo de ministros de la nueva etapa revolucionaria comandada por el presidente Hugo Chávez, quien para entonces aprovechó el impulso de la victoria electoral del 7 de octubre de 2012 para expresar la urgencia de conquistas necesarias para la definitiva transición al socialismo, en un Golpe de timón que previó “la complejidad del desafío” que implica el modelo capitalista, que de no ser superado en su lógica institucional y económica “nos convertiría de nuevo en la colonia que éramos”.

El llamado a la reflexión, con ejemplos concretos y autocrítica certera, planteó los pasos fuertes y dónde habría que darlos: “revolución política, liberación política y revolución económica”, como un todo integrado en una batalla permanente con su escenario cultural y social, como fin último de la estrategia para una nueva hegemonía política.

Sobre este evento histórico, el 20 de octubre de 2012, el cual se aproxima a un lustro, destacan dos referencias esenciales para comprender la realidad actual, uno es la advertencia sobre la aplicación errónea de «alcances» políticos que pudieran llevarnos al mismo callejón del que se pretende salir, al reafirmar el modelo de explotación capitalista, reproduciéndolo.

El otro tema estrechamente vinculado fue la caracterización del escenario antidemocrático del que sacarían provecho los agentes de la Guerra económica, al señalar que “la base económica de un país capitalista no es democrática, es excluyente y de allí la generación de riqueza y de grandes riquezas para una minoría, una élite, la gran burguesía, los grandes monopolios, y de allí también la generación de pobreza”.

La necesaria democratización del poder económico

Chávez refiere como texto fundamental de su alocución el libro Más allá del capital, de István Mészáros (2001), al que cita para explicar que el patrón de medición de los logros en el socialismo es “hasta qué grado las medidas y políticas adoptadas contribuyen activamente a la constitución y consolidación bien arraigada de un modo sustancialmente democrático, de control social y autogestión general”.

La frase de Mészáros resume el examen necesario para cumplir, en Venezuela, con el desmontaje del Estado burgués y el rentismo petrolero, a través de una verdadera participación democrática del pueblo en la toma de decisiones y propiedad social, como etapa posterior a la superación del modelo de Estado cuya lógica concibe que la producción está en manos del sector privado, la explotación recae en la clase trabajadora y el manejo de la renta de hidrocarburos corresponde al gobierno.

Este esquema tripartito de Estado, capital y trabajo son las dimensiones que Mészáros denuncia como parte del metabolismo social del capital, expresado en la división social del trabajo, que en la Unión Soviética, por ejemplo, no fue superado y conllevó a su desaparición, lección histórica que refiere Chávez para llevar mucho más allá al Socialismo del siglo XXI.

Impulsar la comuna en todo el territorio

El  líder socialista explicó, sobre esta tesis, lo que consiste territorializar el nuevo modelo productivo y social a través de las comunas, como despliegue del poder popular, como núcleo sistemático; para entonces señalaba que “seguimos entregando las viviendas, pero las comunas no se ven por ningún lado” e insistía en esta nueva forma de actuación para desmontar la división social que impone el capital, al confluir la acción política y económica en la propiedad social y el Estado popular.

Para ilustrar esto recordaba los proyectos de vivienda, desarrollo agrícola, pesquero, petrolero, fabriles, con los que estaba en deuda el impulso del modelo comunal y productivo “de creación de lo nuevo, como una red (…) Un sistema productivo que requiere activar la participación plena de los productores asociados, los trabajadores”, que derivaría en la regionalización de los distritos motores, los cuales contendrían a las comunas, cuya producción debe estar al servicio de las comunidades que confluyen en ellas.

Asociarse con los pequeños productores, explicaba, para injertar la propiedad social en toda la cadena de valor, desde su producción hasta su consumo y crear un sistema alternativo, paralelo y coordinado que compita con la economía dirigida de carácter capitalista, que a la vez integre lo territorial.

Recordaba como ejemplos, la inauguración del distribuidor Mamera-El Junquito y la construcción de una carretera en Apure, ambas obras sin impacto territorial más allá de su propio levantamiento. “Terminamos la carretera y no hay una sola unidad productiva que hayamos creado nosotros (…) ¿Será la carretera el objetivo o cambiar la relación geográfica-humano territorial y cultural de sus inmediaciones a lo largo de un eje?”, se preguntaba para señalar que obras encaminadas sin un sentido social benefician únicamente al capitalismo.

Práctica y ética de una nueva hegemonía democrática

Como parte de la autocrítica Chávez apuntaba a corregir una arquitectura cuya base han sido importantes alcances políticos, pero que demandan importantes cambios de carácter económico, más su correlación en un cambio cultural, refiriéndose a una cultura política de eficiencia y organización que debe definir a la nueva hegemonía democrática, desde el gobierno hasta las comunas, con una importante expresión comunicacional.

Su principal juicio fue contra las falacias generalizadoras que emplean el apellido del socialismo cuando no corresponde. “Yo soy enemigo de que le pongamos a todo ‘socialista’, estadio socialista, avenida socialista (…) Eso es sospechoso, porque uno puede pensar que con eso, el que lo hace cree que ya, listo, ya cumplí, ya le puse socialista”.

Por el contrario, su llamado fue a conformar esta nueva hegemonía sobre la base de no imponer “sino a convencer, y de allí lo que estamos hablando, el tema mediático, el tema comunicacional, el tema de los argumentos”, de conectarse con el pueblo, participar en su entorno “transitar allí, vivir allí unos días o ir, recoger, casa por casa, que eso no sea solo para la campaña electoral”.

El cambio cultural por él propuesto integra tanto lo comunal como lo organizativo. “Un equipo que no se comunique o un equipo que se comunique en un nivel muy bajo, no va a dar más”, por lo que consideró necesario reforzar los niveles de interacción, diagnósticos y acción conjunta. “No somos nada sin integración en la visión”, señaló.

Como expresión de esa nueva hegemonía política, planteó la relevancia del poder popular como vocería, como voz autocrítica en el campo comunicacional. “¿Por qué no hacer programas con los trabajadores?  Donde salga la autocrítica, no le tengamos miedo a la crítica ni a la autocrítica. Eso nos alimenta, nos hace falta”.

Este discurso, sería una nueva praxis en los canales que conformen un verdadero Sistema nacional de medios públicos, de tipo nodal, con interconexión con otros subsistemas, medios comunitarios, televisoras y periódicos regionales, internacionales, que sea un ecosistema comunicacional integrado, más allá de un canal matriz, donde circule la información que posicione la nueva hegemonía ante las arremetidas de los medios privados y extranjeros que aunque empresas, funcionan articuladamente. “Tenemos los instrumentos”, recalcó.

El paso del tiempo le ha dado al Golpe de timón varias significaciones, principalmente la de ser una honesta autocrítica, lejana a triunfalismos, para definir la medida exacta de los errores; la de exponer el sentido real de la lucha, que está en lo ideológico, al denunciar las contradicciones y riesgos de reproducir el mismo modelo que se combate; y el de recordar, con vigencia, las tareas que faltan por completar.

DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez

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