Una de las claves fundamentales del “éxito” del modelo capitalista a escala mundial ha sido su capacidad para mercadearse como el único sistema posible. Marx y Engels lo avizoraron magistralmente en su Ideología alemana, cuando dijeron que: “Las ideas dominantes, son las ideas de la clase dominante”. Obviamente, el mundo de la actualidad no es el mismo de hace 170 años, muchas cosas han cambiado, sobre todo en materia tecnológica y de comunicación de masas, pero hay aspectos que configuran la esencia del engaño, que en lo medular continúan sin variantes.
El capitalismo es amante de la mentira, porque está fundamentado en la trampa. Y mantener esa trampa oculta resulta vital para repetir una y otra vez el ciclo de la realización de sus enormes ganancias. Así ha sido desde los inicios y así se mantiene en la actualidad.
Por eso los capitalistas han sido tan hábiles en el posicionamiento de eufemismos como verdades casi inamovibles. A ver: al saqueo y brutal genocidio de la Conquista española, se le denominó por siglos “El Descubrimiento”, sólo hacia finales del siglo XX cuando ya resultaba insostenible la burda versión, comenzaron a referirse a ese crimen impresentable como el Encuentro de dos Mundos, un concepto un poco más verosímil, pero en el fondo igual de falso.
También se fueron especializando en el uso de la mentira para justificar guerras e invasiones. El padre del amarillismo, Willian Randolph Hearst (1863-1951), se empleó a fondo con el episodio del Acorazado Maine (1898), que sirvió de excusa al incipiente imperio de Estados Unidos, para arrebatarle Cuba a España y hacerse con el control del estratégico Canal de Panamá. Se inauguraba así la era del uso de los medios de comunicación de masas para manipular la Opinión Pública a favor de una determinada tendencia.
Otra monumental mentira se propaló con el caso de Pearl Harbor (1941). Entonces, EEUU permitió deliberadamente el bombardeo nipón, para tener una excusa que le permitiera entrar de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Después con su consolidación imperial vendrían más y más mentiras gringas, que darían pie a más y más crímenes horrendos, como: el derrocamiento de Arbenz en Guatemala (1954), la invasión de Bahía de Cochinos (1961), la invasión de República Dominicana (1965-1966), el asesinato de Allende (1973) y la aplicación del Plan Cóndor en el Cono Sur, el homicidio de Bishop en Granada (1983), el bombardeo a Panamá (1989) y la primera guerra del Golfo (1991), entre muchos otros.
Así llegamos a 2001 con el capítulo de las Torres gemelas en Nueva York, que justificaría la invasión de Afganistán e Irak. Unos años luego le tocaría el turno a Libia (2011) y en la actualidad a Siria. En todas estas guerras, masacres e invasiones militares ha sido clave el uso de los grandes medios de comunicación, no sólo para justificar que se trata de países que constituyen una amenaza para la seguridad norteamericana, sino además para posicionar la falsa idea de que los Estados Unidos pelean mundialmente por un mundo más seguro, cuando en realidad lo hacen por sus propios intereses económicos.
También se ha divulgado como una verdad sacrosanta que los medios son objetivos; que sus contenidos son siempre confiables y que no existen distinciones entre los dueños de medios y periodistas, ya que ambos encarnan la libertad de información, tan cara a las democracias liberales, porque gracias a ese derecho se cristaliza otro aún más importante como es la libertad de empresa.
Cambios tecnológicos
Por eso, cómo decíamos al inicio, comunicacionalmente la esencia se mantiene, sólo que las armas y algunos métodos han cambiado. Ya no se posicionan matrices sólo con un rotativo que se distribuía a pregón en centros urbanos como hacía Hearst a fines del siglo XIX. Ahora disponen de potentes corporaciones como CNN para difundir imágenes falsas como hicieron en Libia y cómo han hecho otras tantas veces con Venezuela. Además está el mundo de las redes sociales donde el veneno circula a velocidad 3.0.
Las plataformas para difundir el mensaje han mejorado un mundo, pero a nivel de contenido se sigue invirtiendo la realidad, es decir se sigue presentando a las víctimas como victimarios y viceversa. Este martes a propósito de cumplirse 15 años de aquel nefasto 11 de abril de 2002, es imposible dejar de recordar como Venevisión repetía sin cesar las imágenes de los “pistoleros de Puente Llaguno” y un Manuel Sainz ensoberbecido, que prácticamente llamaba a quemar chavistas en plazas públicas. Luego se develaría la trama de lo ocurrido, cómo había sido editado de forma infame el vídeo para presentar sólo lo que convenía, y justificar, ni más ni menos, otro golpe de Estado, made in EEUU.
El capitalismo se vale de la trampa y la mentira para presentarse como el bueno de la película. Así pretende correr un velo mediático sobre la estela de muerte que van dejando sus mafiosas políticas. No obstante, abundan los documentos de investigación que dejan al descubierto las atrocidades cometidas el 11-A. El Documental Puente Llaguno. Claves de una masacre, del cineasta Ángel Palacios es uno de ellos, así como el libro Abril. Golpe Adentro del periodista y actual Ministro de Comunicación e Información, Ernesto Villegas.
La República Bolivariana de Venezuela se encuentra nuevamente bajo asedio de fuerzas internas y externas, que pretenden imponer su fascista visión. Una vez más los chavistas tenemos que calarnos como en los medios privados “pretendidamente libres e independientes”, se invierte la realidad descaradamente para satisfacer al amo que paga el mensaje.
Los vándalos guarimberos que destrozan todo a su alrededor, luchan por su derecho a la protesta pacífica, al decir de cierta prensa capitalista. Igualmente, ante los ojos de la comunidad internacional la única versión que cuenta es la que presenta a los líderes opositores como mansas palomitas democráticas, cuando realmente hablamos de sociópatas, desleales, siempre con un puñal bajo la manga.
En fin la lucha sigue igual, por un lado una masa de pueblo que persiste en el terco empeño de construir una Patria Libre y soberana, fiel al legado del Comandante Chávez y por otro, grupos violentos dispuestos a entregar a Venezuela en bandeja de plata al imperio gringo.
El cerco sobre Venezuela y la región se estrecha tal como describe el intelectual argentino, Atilio Borón, en su libro América Latina en la geopolítica del imperialismo. Sin embargo, como dice Larissa Costas, por nuestras venas cabalga la sangre de Bolívar Libertador y mientras ellos reinciden en el odio, nosotros hacemos lo propio en la dignidad, el amor y las ganas de ser libres. Los golpes nos han enseñado, gracias a nuestra firme consciencia no han podido, ni podrán, engañarnos con sus mentiras.
DesdeLaPlaza.com/Daniel Córdova Zerpa