Nadie esperaba menos. La campaña para cosechar el mayor respaldo popular y legislativo al histórico acuerdo nuclear con Irán encontró al presidente Barack Obama a la cabeza de un argumento de peso: «Era esto o la guerra», dijo.
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En una comparecencia en la que centró el entendimiento nuclear, el presidente insistió en que tiene un solo objetivo: Impedir que Irán tenga una bomba nuclear.
Por ende, la derivación del compromiso para frenar esa carrera es que Estados Unidos, en particular, y el mundo, en general, «sean un lugar más seguro para vivir» a partir de la posibilidad de «verificar» que Teherán no use su programa nuclear para producir armas de ese tipo.
«El resto de los problemas sigue exactamente igual», señaló.
Con eso acotó el debate a la «transacción» acordada con Teherán y no tanto a la eventual «transformación» que ella podría generar en caso de que el compromiso de no producir armamento nuclear prosperara en un mayor entendimiento entre los antiguos adversarios.
La Casa Blanca sabe que lo que viene ahora es una disputa cuando menos «enérgica» con la oposición republicana con miras al necesario paso del entendimiento por el Capitolio.
Para ello, lo que pretende es reducir el debate a lo esencial: Se levantan las sanciones y los embargos a Teherán a cambio del compromiso «verificable» de que su programa nuclear tiene sólo fines civiles y no militares.
Precisamente ése, la «verificación», es uno de los puntos contra los que hacen blanco los críticos. «Hay lagunas que hacen posible que las inspecciones no lleguen a tiempo de impedir que Irán tome ventaja», argumentan los que se oponen, bajo la idea de que, en vez de lograr un escenario más seguro, el acuerdo permite «todo lo contrario».
De todas formas, el Capitolio aparece como la primera valla que tiene que sortear la «oportunidad histórica» de la que habla Obama. Para persuadir a los republicanos, pero, sobre todo, para impedir que se extienda una revuelta de demócratas, el presidente comisionó a su «número dos», Joe Biden, al frente de los primeros encuentros con legisladores.
«Estoy seguro de que, en la medida en que se vaya comprendiendo de qué se trata esto, habrá más aceptación», dijo el vicepresidente, en una crítica solapada a la opción del partidismo por encima de los datos.
El panorama no es sencillo. La Casa Blanca tiene por «bastante probable» que, con la ayuda de algunos demócratas críticos, los republicanos logren bloquear el acuerdo.
En ese caso, Obama ya anticipó que apelaría a su poder de veto. «Sería irresponsable de mi parte no hacerlo si con eso consigo el objetivo de garantizar la seguridad», atajó.
Sin duda que un veto contra el Legislativo significaría restarle fuerza política a la validación del acuerdo. Pero, con todas las dificultades imaginables, su tránsito legislativo está poco menos que asegurado: La norma dice que para revertir un veto presidencial hacen falta los dos tercios de ambas Cámaras, un número esquivo para quienes se oponen.
Durante la conferencia de prensa Obama fue consultado sobre la situación de los norteamericanos presos en Irán o por la posibilidad de que se acuerde una estrategia conjunta con el gobierno de Hassan Rohani para combatir a Estado Islámico (EI).
Por el momento, Obama desestimó esa posibilidad. «El acuerdo no elimina nuestras diferencias con Irán», dijo. Insistió también en que sólo «evita que Irán tenga la bomba nuclear», mientras que el resto de los problemas, incluidos los norteamericanos retenidos en el país persa, «permanecen igual que antes».
De ese modo situó al logro diplomático en una línea bien distinta del deshielo acordado, por ejemplo, con Cuba. En la Casa Blanca aseguran que, a diferencia de lo que ocurre con la isla caribeña, no figura para nada en la agenda la idea de abrir nuevamente embajadas o de normalizar una relación diplomática, reducida a su mínima expresión desde 1979.
DesdeLaPlaza.com/La Nación/AMB