Cada vez quedan menos y la menor ya tiene más de 88 años, pero durante décadas su recuerdo ha complicado las relaciones de Japón con varios de sus vecinos asiáticos.
Son las llamadas «mujeres de confort»: esclavas sexuales al servicio de los soldados japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, en su inmensa mayoría jóvenes surcoreanas.
Se estima que en total llegaron a sumar 200.000, pero en Corea del Sur solamente quedan 46 sobrevivientes.
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Muchas murieron en los burdeles militares. Y la mayoría de las que pudieron regresar a casa nunca llegó a escuchar una disculpa sincera por parte de las autoridades japonesas.
«Somos muy viejas. Todos los años nos morimos, una por una. Y puede que la guerra haya terminado, pero para nosotros continúa, no ha terminado», le explicó en 2013 a la BBC Lee Ok-seon, una de ellas.
«Queremos que el emperador japonés venga aquí, se arrodille ante nosotros y pida perdón sinceramente», pidió en esa oportunidad.
«Pero creo que los japoneses están esperando a que nos muramos», se quejó amargamente.
Efectivamente, aunque los padecimientos de mujeres como Ok-seon salieron a luz por primera vez en 1981, Japón solamente reconoció el uso de burdeles de guerra 12 años más tarde.
Tokio ofreció disculpas por primera vez en 2007, pero muchos no las consideraron sinceras.
Y con muchos japoneses negando incluso la misma existencia de esclavas sexuales, no fue sino hasta este lunes que las autoridades de Japón y Corea del Sur sellaron el acuerdo con el que esperan pasar definitivamente esa amarga página de su historia.
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«El primer ministro Abe expresa de nuevo sus más sinceras disculpas y arrepentimiento a todas las mujeres que padecieron inconmensurables y dolorosas experiencias y sufrieron heridas psicológicas y físicas incurables como mujeres de confort», declaró desde Seúl el ministro de Relaciones Exteriores japonés, Fumio Kishida, al hacer el anuncio.
Y el acuerdo –en el que Corea se compromete a dar el asunto por resulto «final e irreversiblemente», siempre que Japón cumpla sus promesas– también incluye un fondo de compensación de 1.000 millones de yenes (unos US$8,3 millones) para apoyar a las sobrevivientes.
Raptadas y violadas
Varias de ellas viven juntas en la «Casa de Compartir», una casa de retiro de la ciudad de Gwangiu que también es un verdadero museo viviente de su sufrimiento.
Situada al lado de un sinuoso camino rural no podría ser más diferente de las cabañas y granjas de tomates que la rodean: está llena de placas y estatuas que dan cuenta de las historias de sus habitantes.
k-seon es una de ellas.
La mujer, que hoy tiene 88 años, dice que tenía 15 cuando fue raptada y enviada por la fuerza al noroeste de China, en ese entonces bajo control japonés.
Les había estado rogando a sus padres que la enviaran a la escuela, pero con una docena de hijos para alimentar no podían permitírselo.
Así que al momento de su rapto estaba trabajando como empleada doméstica, lejos de casa.
Una vez en China, fue esclavizada sexualmente por tres años en una de las «estaciones de confort» instalados por el ejército japonés para atender a sus soldados.
Mujeres de China, las Filipinas Indonesia y Taiwán también poblaban esos burdeles militares, pero las coreanas constituían la inmensa mayoría.
Corea estaba entonces bajo ocupación japonesa y la familiaridad con el idioma de muchas de las locales las hacía particularmente atractivas para los «reclutadores» del ejército.
Aunque no era la posibilidad de una conversación lo que atraía a la mayoría de los militares.
«Era como un matadero, pero no para animales, sino para humanos. Ahí se hacían cosas horribles», recuerda Ok-seon.
Y, mientras habla, enseña numerosas cicatrices en sus brazos y piernas, producto –cuenta– de puñaladas.
Años de espera
Dice que fueron varias las veces que intentó escapar del burdel.
«(Pero) me atraparon y me pegaron, una y otra vez», cuenta.
Como resultado de esas palizas perdió parte de su capacidad auditiva y algunos dientes.
Y, según un voluntario del hogar, otras lesiones producidas en esa época también la dejaron estéril.
A Ok-seon no le gusta el nombre de «mujeres de confort» empleado para referirse a mujeres como ella.
«Me pregunto por qué nos llamaron así. No fuimos por voluntad propia, fuimos secuestradas. Me obligaron a tener relaciones sexuales con muchos hombres cada día», dice.
Y también le molesta que el fondo anunciado este lunes haya sido concebido como un fondo de ayuda y no como compensación directa a las sobrevivientes.
«Me pregunto si las conversaciones en realidad se hicieron pensando en las víctimas. A nosotras no nos interesa el dinero, pero si los japoneses cometieron estos pecados su gobierno debería ofrecer una compensación oficial directa«, le dijo a la BBC.
Pero su compañera Yoo Hee-nam, también de 88 años, valora más positivamente el acuerdo.
«Si miro hacia atrás, me tocó vivir una vida privada de mis derechos más básicos como ser humano, así que no puedo estar completamente satisfecha«, explicó.
«Pero durante todo este tiempo he estado esperando que el gobierno de Corea del Sur resuelva legalmente este asunto, y como trabajaron tan duro para sellar un acuerdo antes del final del año, me gustaría darle un voto de confianza al gobierno», declaró.
Como explica el corresponsal de la BBC en Seúl, Kevin Kim, a inicios de año el presidente sudcoreano, Park Geun-hye, había pedido se solucionara el tema antes de que terminara 2015, año en que se conmemoran 50 años del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Japón y Corea del Sur.
Park insistió también en acelerar las pláticas por la avanzada edad de las víctimas, haciendo notar que nueve de ellas habían muerto en 2015.
Y aunque en Japón no todos celebraron el acuerdo, el primer ministro nipón, Shinzo Abe, lo alabó diciendo que el mismo marcaba «una nueva era» en las relaciones entre ambos países.
«No debemos arrastrar este problema hasta la nueva generación», pidió.
DesdeLaPlaza.com/BBC/MB