Desde 1492 hasta mediados del siglo XVII, América Latina estuvo inmersa en un proceso de colonización que dejó una importante transformación en el continente. España y Portugal, las dos grandes potencias que organizaron este proceso de transformación económico, social y político dentro del sur de la región avanzaron en la inserción del continente dentro del cada vez más complejo panorama financiero internacional.
Mientras España creó una estructura burocrática basada en las riquezas de materias primas y metales preciosos de los países explotados, la Corona portuguesa, dueña del sureste del continente en aquel entonces, ideó un sistema más flexible que se alejó del esquema jurídico-político de las colonias españolas. Sin embargó, el proceso independentista lo cambió todo. Los grandes constructores de la época, encabezados por Francisco de Miranda (1750-1816), Simón Bolívar (1783-1830), José de San Martín (1778-1850), José Gervasio Artigas (1764-1850) y José Martí (1853-1895) tenían un sueño en común: la integridad latinoamericana.
Bajo el lema de libertad, igualdad y fraternidad, propio de la revolución francesa, los librepensadores latinoamericanos sembraron en la América el primer germen del proceso de integración.
El amor por el continente, el deseo de heredar naciones libres, prósperas y más justas para los pueblos, fue la consigna de la unidad y el reconocimiento de una historia en proceso de construcción. Todo esto sirvió como preámbulo para que a finales del siglo XX, más concretamente el 26 de marzo de 1991, con la firma del Tratado de Asunción por parte de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay se concretara finalmente la piedra fundacional del Mercado Común del Sur (MERCOSUR).
Un espacio para la paz, la democracia y la integración regional
Un profundo proceso de integración, como se buscó desde la creación de este organismo debe estar enmarcado dentro de un espacio para la paz, para el encuentro y la pluralidad ya que la democracia es un eslabón esencial para consolidar un auténtico proceso común en la región.
La integración debe trascender el hecho económico-comercial, la firma de acuerdos de a largo plazo y la coordinación de posiciones financieras favorables. Esta es la razón por la cual no fue sólo sino hasta la vuelta a la democracia, una vez finalizadas las dictaduras militares en la mayoría de los países de Sudamérica, que el proceso de integración surgió como consecuencia e impulso del proceso democrático recién reinstaurado.
Fue a finales de los años 90, cuando se comenzó a creer que los procesos de cooperación comercial daban forma al concepto integrador, pese a que no eran suficientes ni equitativos para los Estados y para el interior de sus territorios. La integración regional era necesaria para consolidar la verdadera independencia de los pueblos y no es sino hasta el año 2003, cuando las antiguas definiciones de estos términos comienzan a ser cuestionadas por los nuevos gobiernos que fueron llegando al poder en los países miembros del organismo.
Lula da Silva, Néstor Kirchner y Tabaré Vázquez, presidentes de Brasil, Argentina y Uruguay respectivamente, buscaron promover una nueva agenda para la región, priorizando el derecho al desarrollo de sus naciones, el papel estratégico del Estado como ente que modula el proceso integracionista y la importancia de fortalecer el MERCOSUR.
La consolidación y profundización del proceso regional ahora debería avanzar hacia un nuevo esquema de integración cualitativamente diferente al predominante en los años 90, que tan sólo se centraba en la dimensión económica del proyecto. El MERCOSUR debería potenciar un modelo económico-comercial; pero también social; institucional y sobre todo integracionista. Debería promover la producción, disminuir las distorsiones en la asignación de los recursos que favorecen la desigualdad social y perfeccionar la coordinación en negociaciones conjuntas.
Era necesaria la participación de la sociedad civil como eslabón central para visibilizar el área cultural del proyecto, todo esto a través de medidas que sirvieran para facilitar la libre circulación de las personas en la región. Finalmente, la nueva agenda debería incluir un recurso indispensable para avanzar hacia la cooperación y consolidación de la independencia sudamericana: una política energética común. Para concretar dicho objetivo, era necesario contar con una de las potencias más importantes en combustibles fósiles y petróleo del continente, la cuna de Simón Bolívar.
Año 2006: Venezuela se convierte en el quinto integrante
El 4 de julio de 2006, Venezuela firmó el Protocolo para la Adhesión al MERCOSUR, lo que representó una modificación cuantitativa y cualitativa del bloque mientras se desarrollaba su incorporación paulatina como miembro pleno. A partir de este momento, hubo un redimensionamiento geopolítico del organismo con claras iniciativas para la expansión del acuerdo regional, con importantes en algunos campos como:
• El fortalecimiento de la democracia a través de una comunidad de paz en la región
• La generación de un clima propicio para el desarrollo y fortalecimiento de redes sociales regionales
• El establecimiento de medidas para eliminar el cobro por partida doble del arancel externo común
• Reducir las desigualdades y asimetrías sociales entre los miembros
• Ampliar las oportunidades sociales, garantizar el bienestar y la justicia social
• Lograr una sociedad más cohesionada, capaz de enfrentar exitosamente los desafíos sociales del siglo XXI
Para Roberto Malaver, el MERCOSUR como instrumento internacional constituye una gran idea, que en un principio tuvo ciertas desviaciones por la orientación del proyecto integracionista pero que con la llegada de Venezuela reconfiguró su agenda hacia un plano más social y más humano. Según el internacionalista, “el MERCOSUR es el vínculo y a la vez el punto de encuentro político, comercial, social que permitirá sortear las diversas crisis que se puedan sortear en los países miembros, ya que su figura está creada para el intercambio, la integración y el deseo de los pueblos de la región de vivir en un clima de paz, convivencia y armonía donde prive el respeto como un valor entre todos”.
Sostiene que MERCOSUR es un contrapeso fundamental para el avance continuo de la región, porque sólo a través de la paz es que se pueden generar espacios para la convivencia y el desarrollo mutuo de los pueblos. Sin embargo, destaca que el organismo al no tener un piso político homogéneo, puede sufrir variaciones en la forma cómo evoluciona. Para esto, cita uno de los casos más destacados en los últimos meses: la llegada de Mauricio Macri al poder en Argentina. Pese a todo esto, confirma que “el MERCOSUR aún tiene mucho por hacer, ya que indudablemente es un elemento esencial para la unidad sudamericana, justo ahora que Latinoamérica comienza a tener una voz propia y un papel protagonista que se refleja en organismos la CELAC, el ALBA y la UNASUR”.
La ampliación del proyecto sigue vigente y en pleno desarrollo. Bolivia ha solicitado en 2012 la adhesión al MERCOSUR, lo que ha contribuido a impulsar aún más el proceso de integración en diferentes dimensiones más allá de la visión económica, lo que apunta a la profundización de todo el proyecto regional. Sin embargo, la consolidación de esta suma de ideas requiere que tanto ciudadanos como los líderes políticos y sociales de cada país asuman la responsabilidad de ser actores y testigos de un proceso político regional que influye cada día más en la vida de todos los hombres y mujeres de Sudamérica.
DesdeLaPlaza.com / Emanuel Mosquera