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El gen fascista y la violencia puritana

I

Las definiciones clásicas del fascismo tanto en diccionarios, internet y literatura histórica y política hacen referencia al sistema de gobierno originario de Italia, pero poco hablan de las características del fascista: de (extrema) derecha, conservadora, generalmente asociada a la religión católica, homofóbica, machista, xenofóbica, racista y usualmente con una idea bien concebida de que “el otro” debe ser exterminado.

El fascismo que vemos en pleno siglo XXI, en las formas poco se parece al de Mussolini: el dominio de los factores mundiales de poder sobre la industria cultural ha maquillado esa violencia para no hacerla tan evidente y sí más puritana.

Ahora, si buscamos una definición de puritano, según la Real Academia, se trata de alguien que “real o afectadamente profesa con rigor las virtudes públicas o privadas y hace alarde de ello”. Es decir, si está “lleno” de virtudes, es imposible que sea “violento”, ¿no? Pero la derecha mundial en la actualidad ya no es la misma que comandaba Hitler o Mussolini, ahora se trata de una derecha mediatizada, corporativizada y, popularizada en un imaginario creado por una industria cultural que impone “moral y buenas costumbres”, “decencia” y “prudencia”.

II

Las grandes corporaciones de la comunicación, entre otros brazos de la industria cultural, han alimentado y mantenido latente un gen fascista en la gente para activarlo con unos sencillos estímulos, a conveniencia. Esto lo logran al inculcar esta violencia puritana. Todos la conocemos: es la displicencia de la “sociedad civil” hacia el pueblo; es el chiste machista, clasista o racista; es la discriminación no visible; es la segregación disimulada; es “la justicia divina” que te desean de vez en cuando.

Así pues, la derecha en todo el mundo valida, justifica y legitima sus persecuciones, exterminios, desapariciones y reacciones violentas ante cualquier propuesta que pretenda revertir el orden establecido por ellos. Por supuesto, no nos caeremos a coba, la izquierda también ha transitado caminos violentos en ciertos momentos históricos, con la gran diferencia de que no lo disimula y de que ha asumido su responsabilidad (y la ha pagado) a la hora de empuñar las armas.

III

Un día surgió en una de mis redes sociales una discusión sobre los motorizados en Caracas. Yo me quejaba de la falta de orden por parte de los organismos de seguridad vial y, de repente, sin entender muy bien por qué, saltó la que consideraba una “amiga” a decirme que todo era culpa de Chávez, que yo vivía defendiendo a los motorizados, que nunca decía nada de ellos y etc. Al final de esa discusión ella me dijo «ojalá nunca llegue un motorizado a robarte y pegarte unos tiros», palabras más, palabras menos, seguido de un «saludos». Gen fascista a la vista.

Le pedí que se metiera sus saludos en el bolsillo y siguiera de largo. El deseo de que «ojalá» no te pase algo es directamente proporcional a que en realidad te pase. Ese anhelo visceral de verte comiendo el polvo es muy común cuando el puritanismo católico conservador de la derecha, ante la imposibilidad de concretar un golpe (literal o de Estado), apela a la «justicia divina» como una especie de rayo de Zeus que nos partirá a todos -los chavistas- por la mitad o una espada de Damocles que nos rebanará hacia el olvido. Es algo como «no puedo dañarte, pero deseo con todas mis fuerzas que te paso algo muy malo».

IV

Hay quienes dicen que lo mejor que le pudo haber pasado al chavismo es contar con una oposición tan torpe. Sin embargo, con el pasar de los años, he llegado a pensar que la dirigencia opositora se equivoca a propósito para generar frustración e ira en sus seguidores. Desde la engañosa promesa de un referendo revocatorio en 2016, hasta “el gran plantón nacional” del pasado 24 de abril, las convocatorias de la oposición tienen el engaño en su fórmula para luego generar violencia.

Luego es fácil declarar «¡el régimen nos está infiltrando!, ¡no hay independencia de poderes!, ¡estamos en dictadura!, ¡la única solución es permanecer en las calles!»

Y así pues, la gente sale a protestar a la calle «pacíficamente», pero apenas ve algún símbolo de lo que consideran el causante de sus desgracias (léase «gobierno chavista») pues la respuesta se convierte casi en un acto reflejo al mejor estilo Pavlov.

La señora Almelina Carrillo en Caracas y el joven Luis Márquez en Mérida, asesinados ambos en el contexto de una concentración chavista, son muestra de esa violencia puritana. No Freddy Guevara, no Henry Ramos: un buen número de opositores de a pie buscan la forma de justificar el asesinato de estas dos personas, sin mencionar a quienes ya de hecho lo apoyan.

Y tampoco me interesa defender a la institución policial ni militar, pero si un GNB como Neomar Barrios recibe un disparo en medio de una manifestación “democrática” estamos en presencia de un gen fascista activado y en apogeo. Por supuesto, estos hechos reciben respuestas como «a nadie le gusta la policía, es la respuesta que merecen, la gente se cansa de la represión».

V

¿Hasta dónde puede llegar la ira de la “gente decente” de este país?

¿Están justificadas todas sus acciones terroristas?

¿Lanzar un frasco desde una ventana es en defensa propia?

¿Deben echar aceite en la autopista “por si vienen los chavistas violentos a agredirnos”?

¿Si ven un grupo de motorizados pasando deben disparar a mansalva “por si acaso”?

¿Si pasa una cucaracha voladora enfrente de ustedes es “un colectivo”?

¿Deben “purificar” este país a punta de fuego y sangre?

Si sus respuestas a estas preguntas son afirmativas o llevan un “pero” en su construcción, usted tiene el gen fascista activado y la violencia puritana desatada. Preocúpese.

DesdeLaPlaza.com/Simón Herrera Venegas

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