El día después del jueves 3 de noviembre, Freddy Guevara pudo haber despertado convertido en algo, sin espabilar aún, o tal vez no haya dormido, sino que continuara despierto, absorto en esa epifanía sobre la marcha hacia Miraflores que le mantiene, según él, en “el lado correcto de la historia”, ese lado donde incluso Hitler es el verdadero Mesías, como una vez lo escribió Miguel Otero Silva.
Dicen que el diablo, como el fascismo, nunca duerme. Lo explica muy bien Wilhelm Reich en su Psicología de masas del fascismo, cuando habla de esas pulsiones irracionales que son canalizadas hacia maniobras reaccionarias, como las de ponerle plazos al gobierno constitucional, con la que se envalentonan y dicen que si el próximo 12 de noviembre “el país sigue sin una nueva elección para cambiar de Presidente declararán el abandono de cargo del jefe de Estado y se movilizarán hasta Miraflores».
Miraflores es su obsesión. Por eso luego de que la llamada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) suspendiera, por solicitud del Vaticano, la marcha al palacio de gobierno y el parapeto del juicio político para iniciar una mesa de diálogo el 30 de octubre, Voluntad Popular, en nombre de la “democracia”, los “derechos” y la “libertad”, manifestara “insistir en generar las condiciones necesarias que permitan defender la Constitución”, “hacer todo lo que tenga que hacer”, continuar “con la protesta cívica y constitucional de calle”, porque según ellos el cambio “está a la vuelta de la esquina”.
“Legítima lucha constitucional, democrática y pacífica”, califica Guevara a estas eventuales acciones, una muestra de cómo la ultraderecha expropia el lenguaje análogo para decir lo que realmente es un signo contrario. “El discurso antipopular y opresor se estructura alrededor de estas mismas palabras para no dejar rastro de lo que le ha antecedido”, explica el filósofo Franz Hinkelamert en su artículo El utopismo neoliberal y la guerra de palabras; y como dice Raúl Zibechi en Derechas con look de izquierda: “En este punto, la confusión es un arte tan decisivo, como el arte de la insurrección que otrora dominaron los revolucionarios”.
La fantasía de llegar Miraflores ha sido la misma siempre, tumbar al gobierno, promover «la fuerza de la calle» para que “se renueven los poderes, los tres rectores del CNE, la contralora, los magistrados del TSJ y el Poder Moral”, como dijo Guevara en marzo de 2014, luego de la llamada Fiesta Mexicana, donde muchos de los integrantes de este partido de ultraderecha, entre ellos Daniel Ceballos, Lester Toledo, David Smolansky y Gaby Arellano, estuvieron con su manual de Otpor bajo el brazo.
Una fiesta patrocinada por la Fundación Nacional para la Democracia (NED) con los aplausos de Eligio Cedeño, Gustavo Tovar Arroyo, Leopoldo López y Carlos Vecchio, que devino en guarimbas y barricadas, ataques e incendios a instituciones públicas, guayas en vías de tránsito, secuestro de comunidades y el ataque a la Fiscalía General de la República, donde López, ahora preso en Ramo Verde por sus delitos de instigación pública, daños a la propiedad, incendio intencional y asociación para delinquir “le agarró la mano a su esposa, se fue y dejó a los carajitos alborotados”, como denunció la periodista de El Universal, Alicia De La Rosa, respecto a los hechos del 12 de febrero de 2014.
Pero Voluntad popular, según dicen ellos mismos en su página web, “es un movimiento plural y democrático”, un «movimiento progresista de pensamiento social y de vanguardia”, comprometido con la conquista de “Todos Los Derechos Para Todas Las Personas”. Con ese sentido Leopoldo López ha enviado, en modo de Antiguo testamento, su Carta a los socialdemócratas (I y II) y además fueron acogidos en diciembre de 2014 por la Internacional Socialista, a la que pertenecieron también Carlos Andrés Pérez, Felipe González, Alan García y hoy Acción Democrática, Un Nuevo Tiempo y el Movimiento al Socialismo.
En una de esas cartas, López exalta “el legado de Rómulo y de los luchadores de la resistencia de los 50” (ni de casualidad nombrar a la Junta Patriótica), y sostiene que “las tesis de Betancourt marcaron el camino de las luchas democráticas”, o de la socialdemocracia o de la izquierda democrática o como quiso llamarle en esa amalgama conceptual anticomunista represiva que ha buscado mimetizarse con las luchas en esencia populares para lanzar al pueblo en contra del pueblo.
Con esas falsas premisas pretenden estar en el “lado correcto” de la historia, como lo señala José Sant Roz en El procónsul Rómulo Betancourt (2010), respecto a los adecos del 18 de octubre de 1945, quienes: “entraron por la puerta ‘grande’ de la traición a los más caros valores de la patria. A partir de entonces todos los partidos políticos se dedicarían con ardor a lo mismo: a conspirar; servir de tapadera civil a proyectos capitalistas extranjeros a los que se les colocaban los bellos títulos de ‘desarrollo social’ o de ‘progreso democrático’”.
La noche del jueves 3 de noviembre, el alcalde Jorge Rodríguez denunció en su programa de televisión La política en el diván, cómo a través de este sincretismo ideológico se ha promovido el culto de la acción por la acción y en videos virales los opositores disociados, en su paroxismo, hacen apología a la muerte del adversario chavista, con términos como “plomo”, “pepazo”, “costos humanos”, amenazas de hacerles “cosas peores” y símiles desagradables con las palabras “intestinos” y “carne molida”.
La contradicción o chiste está en que en nombre de la democracia, la ultraderecha atenta contra la “voluntad popular” que supuestamente los define, componiendo un miedo y orientando a las masas en contra de un supuesto peligro que “acecha” su estatus, organizando grupos violentos, con un mínimo componente estudiantil y argumentos esencialmente emocionales para revestirse de legitimidad, pero con un léxico elemental y anticomunista en defensa de su “estilo de vida”, al tiempo que se valen de la guerra económica, paramilitarismo, fuerzas de choque, y manipulación, “procurando lanzar al pueblo en una dirección que no corresponde a sus intereses”, como lo explica el libro Fascismo (2014), publicado por Juventud y comuna.
Esa es la aspiración del “roquero que no quería ser diputado” y que le tocó ser dirigente de un partido de ultraderecha, sea por la ausencia de López, de Vecchio, o simplemente por casualidad (como en aquella fábula); ese es el delirio de quienes piensan, tocándose el diente roto en la oscuridad de su boca, que están en el lado correcto de la historia, posiblemente de su historia, que comenzó con el garrote falangista que evolucionó durante el Pacto de Punto Fijo y cuyas réplicas están cohesionadas hoy en la MUD, que al final insiste con continuar dando un “últimatum” para cesar el diálogo; esa es la realidad aumentada, al estilo Pókemon Go, con las que sueñan, en su epifanía, los fascistas a quienes les ofende mucho que los llamen por su verdadero nombre: terroristas.
DesdeLaPlaza.com/Pedro Ibáñez