Se cuenta en las leyendas e historias de piratas que cuando una embarcación está a punto de hundirse, los marineros y las ratas son los primeros en saltar y el capitán, si es honorable, se hunde con su embarcación. Algo parecido está pasando con cierta nave legislativa que en busca de El Dorado, esta siendo conducida por un pirata senil que en su afán de tener conquistas y hacerse del botín, ha cometido errores tras errores poniendo el barco en peligro de hundimiento.
Y como toda historia pirata, las pugnas internas por el control del navío comienzan en medio de un motín de grupos que se han visto descubiertos por sus horrendos crímenes. Razón por la cual haciéndose los locos aprobaron unas leyes que de verdad parecen sacadas de un sombrero de mago, y no precisamente del sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas.
Con esas leyes pretendieron hacerse a lo pirata del control del BCV y lo más peligroso aún, de autoperdonarse y pretender que millones de venezolanos olvidáramos de un plumazo todos los crímenes, hurtos, atentados contra la cosa pública, robo del erario público y cincuenta delitos tipificados en nuestro ordenamiento jurídico. De verdad que nos vieron cara de conejos.
Ya celebraban con champagne y sangre cuando el Tribunal Supremo de Justicia declaró la inconstitucionalidad de la ley de Reforma del BCV. Ahí empezó el motín, donde se apuraron a aprobar la ley de amnistía, seguros de su código pirata y se apresuraron a ir al mundo a buscar dinero y apoyo en foros internacionales. La confianza se les cayó cuando ayer el TSJ en una ponencia conjunta y unánime declaró inconstitucional esa infame ley y la anuló. El barco pirata se rajó alborotando a las ratas.
Ya descubiertos de las fechorías que han hecho en estos 17 años, salen al llamado insurreccional, tratando de calentar las calles y ampliando la lista de objetivos en sus asesinatos selectivos. Con un documento de confesión certificada, los primeros en abandonar ese barco son las ratas que seguramente huirán y dirán que son perseguidos políticos. Mientras, ese capitán que en fotos vimos hacer gestos de cortar cuello se hundirá en una barcaza porque como toda rata cobarde, saltará y dejará el pelero.
Es cuestión que nuestras autoridades empiecen a buscar y juzgar a los traidores a la Patria. Que no se distinga entre el cómplice común y el que ostenta un curul. Que la Comisión por la Verdad, Justicia y Reparación de Víctimas logre su objetivo y que la impunidad deje de ser la reina pepiada de nuestro sistema legal.
Ya en los predios de los confesos hay un motín y declararon que no participarán en la Comisión de la Verdad. Vaya que son torpes y cobardes. Pasarán a la historia como los personajes más viles y cagones de nuestro país. El miedo que tienen es tal que los palangristas que los apoyan descubrieron sus turbios negocios en unos papeles panameños. Así será aquello que los tiene muy nerviosos. Hasta un cura apareció por ahí con una cuenta de millones de dólares. Vaya que se merece la Santa Inquisición.
Y para que no se repita más nunca un golpe de Estado ni tengamos la desdicha de padecer una guerra civil, debe acabarse de una vez por todas la piratería en la aplicación de la justicia en nuestro país.
DesdeLaPlaza.com/Noel Briceño Rios