Londres ha amanecido con un suspiro de tranquilidad: el norte de la isla de Gran Bretaña continuará siendo parte de su país. Muchos en esta ciudad no habrán podido pegar ojo, entre los que probablemente se encontraba David Cameron. El primer ministro del Reino Unido era una de las personas que más podía perder si los escoceses optaban por la independencia. Y aun así, a pesar de haber ganado, los analistas coinciden en que Cameron ha salido herido de la batalla. El momento no podía ser más delicado, con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, en mayo de 2015.
A lo largo de los últimos días, diversos tories se han preocupado en dejar bien claro su malestar con la actuación del primer ministro. Las críticas, incluso, han comenzado a surgir de miembros de su propio gobierno, como Claire Perry, responsable del sistema ferroviario, quien se ha sumado a las críticas por la promesa de conceder mayores poderes a Escocia. Según escribía ayer en el Wiltshire Gazette and Herald, esa devolución tendrá que ser «pagada por nosotros, en el sur de la frontera, para intentar apaciguar a los votantes del ‘Sí'». Y Perry no está sola, pues Dods, una consultora de información política, ha publicado una encuesta que sostiene que un 63% de todos los miembros de la Cámara de los Comunes, la cámara baja del Parlamento británico, está en contra de la oferta realizada para financiar Escocia en el futuro.
Durante los últimos días, las posibles consecuencias económicas de un resultado positivo en el referéndum habían ocupado numerosos titulares en la prensa británica, en los que se alertaba de posibles pérdidas de miles de puestos de empleo en por la recolocación de empresas al sur de la frontera.
«Pase lo que pase, nada volverá a ser igual en el Reino Unido». Esta afirmación ha circulado durante toda la noche por Londres y el resto de la Unión. Por mucho que le pese a Westminster, esta es una realidad con la que tendrán que lidiar en los próximos meses.
Desde la Plaza/Público/AMH