Si usted pretende comprar una batería en la Duncan de la Avenida Michelena de Valencia, mejor prepárese: Llénese de paciencia y cordura, porque esa decisión podría sacarle hasta “canas verdes”. Una, por las extensas colas que se forman desde la madrugada y otra por el pago de “la vacuna” que exigen algunos civiles y militares, encargados de la guardia, custodia y administración de los anhelados acumuladores.
Parte del “guiso” está en los alrededores. Quienes laboran en los diferentes comercios, licorerías y talleres que están en las adyacencias saben “cómo se bate el cobre” en el lugar. Unos manifiestan su versión abiertamente, otros, por el contrario, prefieren mantenerse al margen del “no sé nada”: “No veo, no escucho”.
El meollo del asunto radica en la entrega del ticket. Sin él, es casi imposible obtener el producto, independientemente del amperaje. Efectivos castrenses y responsables del negocio asignan entre 150 y 200 números de lunes a sábado, sobre la base del orden de llegada. Una vez adquirido el codiciado papelito, ya sea producto del trasnocho o por la “mojada de mano”, el usuario deberá traerlo al día siguiente y hacer otra cola para que el servicio técnico le instale el acumulador, con un año de garantía, en su carro.
CON EL UNIFORME MANCHADO
Un hombre de tez morena, ataviado con una braga curtida por la grasa automotriz, observa la hilera de personas que esperan bajo despiadados rayos de sol a cuestas (eran más o menos las 12:05 del mediodía). Los gestos de desagrado en cada rostro son inocultables. Pocas risas se divisan, sólo gotas de sudor bajan por las mejillas de quienes no les queda más remedio que aguardar resignadamente en su puesto para no ser coleados.
“Esa gente tiene hasta tres días metidos ahí”, asegura el sujeto, quien se encuentra sentado en una acera, bajo la frescura que le proporciona la sombra de un techo, luego de haber disfrutado del almuerzo.
“¿Tú crees que yo me meto en una cola como esa para una piche batería? ¡No! ¡Estás loco!”, exclama, luego de ingerir un sorbo de jugo de naranja que vende en la zona un señor que trabaja en su bicicleta, con dos tobos amarillos perfectamente sujetados.
“Tú le dices a los militares, o a los carajos que trabajan ahí adentro, y ellos te la sacan. Pero tienes que pagarle como 13 mil bolos, aparte de lo que vale la batería legal. En total son como 25 ó 30 lucas, pero no haces cola. ¡Vale la pena!”, considera el sujeto, mientras un grupo de personas le observan con atención.
“SI PAGAS, TIENES LA BICHA RÁPIDO”
Las horas trascurren a su ritmo habitual y con ellas la creatividad se entrelaza con la corrupción. Diferentes modalidades de pagos surgen, de acuerdo al “modus operandi” de cada mafia que pulula en los alrededores.
Un joven, de unos 23 años, que alquila teléfonos celulares, diagonal a la Duncan, manifiesta que no sólo se dedica al negocio de las telecomunicaciones, su fuerte está en la trampa. “Lo mío, papi, es vender el cupo. Si pagas, tienes la bicha (batería) rápido”, arguye, mientras su novia, asienta con la cabeza en señal de aprobación y ríe, cual Mona Lisa.
“Mi pana, aprovecha que estoy necesitando plata ahorita. Dame doce lucas y te consigo el ticket pa’ (sic) que la vengas a buscar mañana”, insiste el interlocutor, como si los nervios lo acosaran.
Al menos 70 baterías diarias son vendidas mediante el pago de vacuna
De acuerdo a su propio testimonio, el sujeto en cuestión opera de la siguiente forma: Del pago total por concepto de la extorsión sale el almuerzo de cuatro militares de baja jerarquía (distinguidos y sargentos del Ejército).
Quien supuestamente comandaba las operaciones para el día viernes cuatro de marzo de este año habría sido un teniente destacado en el lugar. Éste último no se “ensucia las manos”, sino que “manda a sus perros” a hacer el trabajo. Cada “canino” le lleva “una mascada” al oficial. La cantidad puede oscilar en al menos cinco mil bolívares por cada “batería vacunada”. De ese monto, cobran otros superiores que se encuentran en los comandos. De no cumplir con la tarifa diaria, sería cambiado inmediatamente.
“Cuando te demos el número, vienes a eso de las 6:00 de la mañana y haces una colita pequeña como hasta 9:00. A más tardar a las 10:00 de la mañana sales con la bicha nuevecita, montada en el carro, sin mucho peo”, promete el “negociador”, quien muestra unos frenillos azules en sus dientes, toda vez que uno de los efectivos castrenses –con una cicatriz que cubre desde la sien hasta la mejilla del lado izquierdo–, de mediana estatura y piel blanca, dice que cumplirá con su “palabra” para la entrega.
DesdeLaPlaza.com/ Oswaldo López Martínez / Fotos Oswaldo López Martínez