Los legadólogos se sentaron a la mesa aquel día. Estaban extenuados. Tenían frente a ellos una lista de tareas. Revisaron todo lo que habían dicho y todo lo que habían hecho. Una dijo severamente: «yo ya he dicho que Maduro es un asesino; lo he acusado de matar estudiantes; dije que el Tsj dio un Golpe de Estado, reconocí a la Asamblea, me fui en moto de la oficina, salí del país con una sola blusa, me entrevisté con Almagro, me fotografié con Uribe, fui a la Corte Penal Internacional y doy conferencias, voy a las radios a veces hasta me confundo si es el William Saab o yo quien manda en la Fiscalía…” “Y yo! –interrumpió otro- yo dije que Chávez era de la CIA”; ” y yo! Yo dije que la verdad es que Chávez sabía todo lo que iba a pasar y cuando moría no lo dejaron decidir”. No recordaban sus proezas para que los otros se enterasen sino porque estaban faltos de ideas y cansados.
Cansados porque sabían que debían mantener el replique de campanas todos los días u otros se acordarían que hace un par de años o menos les tomaban las oficinas, les llamaban asesinos o sencillamente los metían en ese saco fétido a mazmorra donde desde el 2002 sueñan con meter a todos los chavistas.
A un par de kilómetros, de nuestra ciudad imaginaria, donde está esa mesa, fulana de tal que llegó a directora de Ministerio con camisa roja, tatuaje de Chávez y repetición de consignas, avalados sus conocimientos por las ganas que le tenía aquél General, se hunde en una silla. Revisa el chat de las amiguis que ahora están todas tan lejos, es noche de disco en Bogotá y llegan las fotos de su primo que se calienta con un vino en las primeras tardes otoñales que vive en Santiago.
Cree firmemente que todavía existen las fronteras, revisa la página web y se acuerda de la vecina que tiene una agencia de viajes virtual. Piensa que es hora de irse y así llenarle ella los teléfonos a las amigas, quizás bordeando el mar en Rio de Janeiro o explorando Machu Pichu. Lo decide, con el corazón latiendo rápido, pensando en vacaciones y supermercados.
Sale de esta ciudad que imaginamos y llega otra que no existe, donde sueña que será recibida con amor y curiosidad, como en el Ministerio recibían aquel español que venía a explicarnos cómo era el socialismo aunque él había vivido siempre con la más obediente alma de súbdito de la Corona real.
Apenas llegó, antes de que le diera tiempo de que le fuera bien o mal, descubrió que no existían las fronteras ni la esperanza de un mañana nuevo. Su nombre pegado en un muro de cacería digital le impidió cualquier paso. Lo que antes vivió donde nadie le preguntó nada y se juntó apenas llegó en una dinámica de la que adaptó palabras y colores, en su nueva ciudad ni siquiera arrancó. A cada cambio de domicilio u opción de trabajo le sucedía una actualización del muro y ella, tan humana, se sintió cazada.
Hizo todo el ruido que pudo desde su teléfono, se desmarcó, se explicó, prefirió contar que fue amante o víctima de un acoso sexual. Después, decidió callarse, mimetizarse, desaparecer…
Hasta en contra de su voluntad y fuera de su diccionario, se había encontrado de frente contra el fascismo, contra el odio histórico que sentían los sectores que siempre fueron los amos de estas tierras. Irónicamente, en los extranjeros no encontró lo que buscaba, no la trataron como ella antes los trató, no la llevaron a comer, no le mostraron la ciudad, no le abrieron su casa. Para ellos, ella era la fascista comeniños asesina y despiadada.
…Ella, en la nota curricular para borrar su pasado sólo puso que había sido secretaria.
DesdeLaPlaza.com/Tomado de: De eso no se habla