Leyendo un periódico me enteré que durante el año 2013 el ferrocarril de los Valles del Tuy movilizó (pelen el ojo) a 42 millones 078 mil 036 usuarios desde Caracas hasta el estado Miranda y viceversa.
¿Conocen el tren de los Valles del Tuy? Se trata de un trazado de 41,4 kilómetros, que discurren entre montañas, una tupida vegetación, ríos y sembradíos de incomparable belleza. El Presidente Chávez lo inauguró el 15 de octubre del año 2006. Periódicos recordaban esos días -con saña- que la obra la iniciaron los adecos por allá por los 80, pero no dijeron que las obras se pararon dos años después porque, para decirlo fácil y rápido: se cogieron esos reales. Pero eso es otro cuento.
Para construir el tramo Caracas-Cúa se invirtieron 2,4 millones de dólares, algo así como unos 5 millardos de bolívares (de los viejos). Las estaciones y sus andenes son sumamente cómodos, con innovadores diseños arquitectónicos; abiertos y confortables. El costo del pasaje es apenas 2,6 bolívares. Y les digo más, el periódico asegura que para finales de 2014 está previsto que ingresen 13 nuevos trenes a la línea Caracas-Cúa, para cubrir la alta demanda de usuarios. Es decir más inversión.
Mientras leía pensaba ¿Cuántos de los que leerán esta nota se han embarcado en el tren a una hora pico? (digamos 6:00 AM dirección Caracas, ó 5:00 PM dirección Cúa).
Bien. Por razones laborales ahí me tiene usted a las 5:45 AM (aunque Beatriz De Majo –que seguro nunca se ha levantado a trabajar a esta hora- me califique como flojo, cuando menos) de este jueves 26 de junio, suspendiendo la lectura del diario para fijar la vista en el cartelito digital que anuncia la proximidad del ferrocarril: Tren dirección Caracas 5 minutos.
Obedientemente hice una fila detrás de un 6 muchachitos vestidos con uniforme de liceo y otros 7 u 8 que llevaban carnets de organismos públicos. Todos con cara de sueño, todos en la fila. Detrás de nosotros unas 30 personas más.
Tren dirección Caracas 4 minutos. Un grupo de hombres jóvenes, con actitud de enfrentar a un ejército invasor así no tengan ni chopos, comienza a rodear a los que estamos en la fila y de pronto se colocan frente al señor de corbata, el del primer puesto de la fila.
Titila el aviso: Tren dirección Caracas 3 minutos. Un escalofrío me recorre la espalda y no sé porque todos comienzan a moverse como en los primeros acordes de un reggaeton, de esos que segundos después explotan en un estridente: tonchi, tonchi, ton, chitónchi tonchi tonchi ton. Todos miran con cara de odio a los “coleados”, pero nadie les dice nada, como si una mirada de rabia colectiva pudiese acabar con los hijos de puta.
Tren dirección Caracas 2 minutos. “Es uno vacío”, me dice una señora que lleva de la mano a un niñito.
-¿Eso qué es? (le pregunto)
Descubre que soy foráneo y agrega:
-Un tren que viene directo a esta estación. A veces algunos que saben se montan en Charallave norte y ocupan los puestos… Tenga cuida’o que aquí parecen salvajes.
Como a 300 metros se ve una luz como de un carro. El tren está llegando y aquello de “no pise la raya amarrilla que es el límite de su seguridad”, no lo recuerda ni lo oye nadie.
Los que van a colearse saben el lugar exacto donde abren las puertas, lo han calculado, lo han estudiado en interminables jornadas semanales de ires y venires. Empujan a los primeros de la fila. Los de atrás también empujan y todos empujamos aunque no queramos. Se escuchan los primeros: “al que me empuje le clavo su coñazo” o “cuidado que llevo un niño, no joda”.
Tren dirección Caracas 1 minuto. El tren se detiene, no ha abierto sus puertas. Los que se colearon y se pegaron de la entrada golpean la puerta y gritan amablemente a los operadores: “abre esa mierda”.
Suena un timbre y la puerta se abre. Lo peor que tiene un ser humano se convierte en diversión diaria para algunos y una maldición interminable para otros obligados a usar el tren. Los que se colearon saltan y se cuelgan de los pasamanos (los tubos que descienden del techo), como si fuesen gimnastas olímpicos se balancean y caen en una silla. Los amantes del cross country, por su parte, saltan por encima de las viejitas, de las chicas que se cayeron y de los niños que lloran; los apartan, los escupen, los muerden (hacen que Luis Suárez parezca un aficionado) y cuando alcanzan la preciada silla roja, están muertos de risa por la heroica hazaña realizada.
No se crean que fui un espectador pasivo… 6:03 AM, ahí me tienen espaturra’o contra un afiche de José Alejandro Delgado que, sonriente, me dice encarrílate.
Lo miro de reojo, él se ríe, yo me arrecho:
-¡No joda! ¡Encarrílate tú!
Desde La Plaza/ Ernesto J. Navarro