Como bien dijera en reiteradas oportunidades el comandante Hugo Chávez, “sólo el pueblo salva al pueblo”, y vaya que tenía razón. Lo pude comprobar justo un par de horas antes de escribir este artículo.
Razón también tuvo cuando planteó darle poder al pueblo y creó la figura de los Consejos Comunales que son las, “instancias de participación, articulación e integración entre los ciudadanos, ciudadanas y las diversas organizaciones comunitarias, movimientos sociales y populares, que permiten al pueblo organizado ejercer el gobierno comunitario y la gestión directa de las políticas públicas y proyectos orientados a responder a las necesidades, potencialidades y aspiraciones de las comunidades, en la construcción del nuevo modelo de sociedad socialista de igualdad, equidad y justicia social”, tal y como reza el artículo 2 de la Ley Orgánica de los Consejos Comunales.
Todo esto viene a colación por la experiencia que viví con el nuevo Sistema popular de distribución de alimentos, que se aplica en la parroquia San Juan de Caracas, a través de los consejos comunales y que se encuentra en fase de prueba para verificar su funcionabilidad, detectar las fallas e irlas corrigiendo.
En menos de una hora
El domingo, que supuestamente es un día para descansar, es, por lo menos para mí, uno de los de mayor trabajo. Cerca del mediodía llega un mensajito de texto en el que convocan a una reunión del consejo comunal.
Me incorporo a la reunión y una de sus voceras explica de que forma funcionará el plan piloto del Sistema popular de distribución de alimentos e informa, que se hará un sorteo para seleccionar a las primeras 100 familias que se beneficiarán con el referido método.
Comienza el sorteo y un niño que acompañó a su mamá a la reunión fue el encargado de sacar los papelitos que fue llenado por los asistentes con el número de cédula respectivo y el nombre sector de donde proveníamos. No faltaron los chistes, los aplausos y el tradicional grito de “bingo”.
De más está decir que fui una de las seleccionadas y tal como fue lo programado, el día lunes a las 12 del mediodía estabamos frente al Mercal que a partir de ahora funcionará únicamente para atender a los consejos comunales, según me informó una de sus trabajadoras.
Comienza la organización de la cola para entrar al establecimiento. Se hizo en el estricto orden en el que salimos en el sorteo. Todo fue verificado por los voceros comunales y personal del propio Mercal.
Ya organizados y mientras esperábamos que dieran la orden para entrar, se daba la tradicional “conversa” con el vecino de cola. Quien estaba delante de mí manifestaba su esperanza en que el sistema funcionara y se pudiera dar fin, de una vez por todas, a las tediosas e interminables colas para poder adquirir alimentos básicos.
45 minutos más tarde las 100 personas que salimos en el sorteo entrábamos y ante nuestros ojos estaban los anaqueles repletos con diversidad de productos, entre ellos los de la cesta básica, a los cuales solo los bachaqueros y alguno que otro sortario lograban tener acceso.
A las 1:30 de la tarde ya estaba en mi casa, con los antebrazos adoloridos por el peso de las bolsas, pero feliz porque pude llenar la dispensa con arroz, qué pagué a 25 Bs; pasta a 15; azúcar a 26; leche completa en polvo a 70; caraotas a 24; aceite a 58; harina precocida a19; margarina a 25; y algunos “lujitos” como anchoas, mermelada, pepitona en lata, salsa de soya, barbiquiú, entre otros.
Porsupuesto no podía faltar el pollo a 65 el kilo; y carne a 250 el kilo.
En total, 20 productos por tan sólo 4 mil 745 bs, a precio justo, sin cola y con una buena organización. En el ambiente se sentía la esperanza de que este nuevo sistema funcione y logre acabar con el bachaqueo y como con los problemas de distribución de alimentos.
¿Cuándo en la cuarta república un gobierno se preocupó por llevar al pueblo alimentos y a precio justo?
La crítica: Medidas como esta, que en este primer día de prueba funcionó, se debió implementar hace tiempo y no esperar a que la bomba nos estallara en la cara el pasado mes de diciembre.
La anécdota: A la salida del mercal, en la acera de enfrente, un motorizado me ofreció 600 Bs por la leche en polvo. El “No” que recibió por respuesta fue tan contundente, que no intentó negociar y se fue.
La autocrítica: Nosotros, poder popular, debimos asumir el rol protagónico en esta pelea desde el primer momento.
Debemos entender de una buena vez y por todas que como poder popular organizado somos fuertes e invencibles y que si nos reorganizamos y trabajamos unidos podemos superar los mil escollos que se nos presenten.
El gobierno sólo no lo puede hacer todo, por más voluntad que tenga. Solo el pueblo salva al pueblo.
DesdeLaPlaza.com/Rosa Ángela Latorraca