Más de una semana después del atentado contra el Presidente Nicolás Maduro, los medios internacionales y una buena tropa de colegas en el país, insisten en sostener que todo se trató de un “supuesto”, como si la única comprobación de su veracidad dependiera de ver muerto al Presidente.
Afortunadamente el atentado falló, y no solo por tratarse de la vida del primer mandatario, la que no es menos importante, sino por el país, -para el que es un alivio-, ya que no nos faltan problemas como para añadirle un “quilombo” de este tamaño.
¿Se imaginan que, además de lidiar con la grave situación económica, la falta del efectivo y las fallas del transporte, el agua y la energía eléctrica, también debamos sortear un país en crispación buscando sostener algo de tranquilidad mientras buscan a los asesinos y se pulsean los medios políticos para impedir una intervención “humanitaria”?
¿Se han detenido a pensar, -sobre todo aquellos que detrás del “supuesto” encubren sus deseos contenidos de lamentar que el atentado falló-, que muy probablemente pudiésemos estar en un hervidero de pueblo contra pueblo: uno festejando el holocausto, y otros buscando hacer justicia contra los sicarios y sus simpatizantes, con un corolario enorme de destrucción?
La Guerra no es un juego y hay quienes la piensan como eso, como un juego, como si se tratara de una simple misión de Play Station en la que consigues completar el objetivo, ganas una medalla y apagas la consola para seguir luego.
Además de tener al Presidente como objetivo, los drones con explosivos pudieron liquidar a todos en la tribuna principal, en donde estaba el Alto Mando Militar y representantes de los poderes públicos, por lo que en un sencillo ejercicio de deducción, no se trató solo de un intento de liquidar a Maduro, sino acabar de cuajo con toda la institucionalidad, provocando el caos que ello conlleva en un país bajo asedio como el nuestro.
Para quienes sostienen la epopeya comunicacional de las comillas sobre el atentado, la elaboración intelectual de la conspiración endógena de facciones del chavismo o la suspicacia de que todo fue un simulacro, la contundencia de las declaraciones de insospechados agentes del “madurismo internacional” los contradice: Jaime Bayly lo validó y confirmó que estaba enterado de la conjura, y con una sencilla pregunta desbarató el escepticismo de una clase opositora que se niega a admitir que tiene escondido muy en lo íntimo un impulso asesino que se ríe con una mueca de gusto imaginando al Estadio Universitario repleto de chavistas: “si yo estaba enterado del plan, no lo iban a estar también los servicios de inteligencia de este país (EEUU), eso es subestimar al imperio”, dijo el presentador en su programa de televisión en Miami.
También en la Florida, la periodista venezolana Patricia Poleo leyó poco después del atentado un comunicado de un autodenominado grupo de militares venezolanos atribuyéndose el hecho y días después hizo una apología de los implicados, a los que les repasó su abolengo conspirador antichavista, descartando cualquier calumnia de ser infiltrados del gobierno venezolano dentro de los grupos de “resistencia”, el cual es una etiqueta bastante romántica para unos sencillos terroristas amamantados por el paramilitarismo colombiano.
Con el mismo exceso de confianza de los golpistas de abril de 2002, estos sicarios dejaron un reguero de pistas para comprobar su participación en un hecho que daban ya por consumado y del que seguramente se iban a sumar otros más si la misión alcanzaba su propósito. Estos han sido ampliamente difundidos, revelando que la sevicia de los grupos radicales opositores ha escalado un paso más en su agenda inequívoca de liquidar al chavismo con una estrategia de “descabezamiento”.
La maquinación magnicida también ha puesto en evidencia a operadores políticos, que por vestir traje y corbata no son menos pichones de terroristas y vulgares sicarios. Una vez detenido el diputado de Primero Justicia, Juan Requesens, quien fue mencionado por uno de los perpetradores del atentado, éste admitió que Julio Borges le encargó la misión de gestionar ante autoridades migratorias de Colombia la entrada a uno de los terroristas que tenía el propósito de entrenarse en el operativo para matar a Maduro.
Inmediatamente se reveló este testimonio, los administradores comunicacionales de las comillas y los supuestos, desestimaron el testimonio de Requesens, atribuyendo sus palabras a la sugestión de una droga o a los efectos de una operación de tortura que consiguió quebrarle su espíritu aguerrido, desestimando que el mismo joven diputado, o “admirable patriota” ha sugerido sin sugestión de drogas, que ha trabajado para crear las condiciones que justifiquen una intervención militar extrajera en Venezuela, sin sentir vergüenza de sobar una deseo tan infame.
A pesar de toda esta fila de pruebas, los medios internacionales, clase política opositora y sus operadores comunicacionales más conspicuos en Venezuela, siguen sosteniendo su trabajo de comillas y de escepticismo inquebrantable, quedando comprobado que la única forma de resolver esa duda sospechosa es que realmente puedan ver el cuerpo muerto del Presidente, sin meditar las consecuencias que pudiera ocasionar el deseo de resolver esa vanidad intelectual.
DesdeLaPlaza.com/Carlos Arellán Solórzano