No se trataba de una jornada electoral al uso. Tampoco de un referéndum con carácter excepcional. Era una consulta, sí, pero no vinculante, alternativa, de mínimos… Y sin embargo, nada de esto ha impedido que más de dos millones de catalanes —2.543.226, según datos provisionales que ofreció el gobierno a última hora de la noche— salieran a la calle a expresar su opinión sobre el futuro de Catalunya.
No les importó madrugar un domingo; no les importó hacer colas de hasta una hora, no les importó que su papeleta no tuviera mayor validez que la de dejar escrita una voluntad que, independientemente del signo, el gobierno español tacha de «inútil», «estéril» y «antidemocrática». Espoleada por las amenazas y las prohibiciones, una parte suficientemente representativa de la sociedad catalana ha decidido votar masivamente este 9-N, y de forma mayoritaria, el «Sí/Sí». Con algo más del 80% escrutado, los votos favorables a la independencia se han impuesto con unos porcentajes que se mueven en torno al 80% del total, mientras que el «No» sólo ha tenido un 4,5% de votos. El «Sí/No» (11%), «Sí/en blanco'»(1%), en blanco (0,5) y otros (3%) completan el resto de opciones.
Los ciudadanos que se acercaron a los más de 1.300 puntos de participación repartidos por el territorio catalán —la mitad de los que habitualmente se habilitan en unos comicios autonómicos, por ejemplo— lo han hecho felices, pacientes y, en muchos casos, visiblemente emocionados. Un octogenario votaba entre lágrimas. Jubilados recordaban a los que ya no están. Menores excitados se enfrentaban por primera vez a una urna —la edad mínima para participar era de 16 años—.
Desde la Plaza/Público/AMH