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2015: A plena luz, un encuentro con la mafia del bachaqueo

03 de agosto de 2015. Makro de Charallave. 10:43am.

A esta hora no hay cola, pero sí un sol que parte piedras. Camino hacia la entrada de éste establecimiento pero a medio camino, en un sitio donde venden panes dulces, dos hombres (ambos con un bolso terciado a manera de canana) hablan voz en cuello:
– ¿Qué pasó?
– Listo. Ya van a sacar arroz y leche en polvo…

Decido no entrar y quedarme en el área de comidas que hacen de barrera entre el estacionamiento de vehículos y el hipermercado, como prefieren llamarlo los publicistas.

Los dos hombres se juntan con otros tres que viene a su encuentro y los 5 caminan hacia donde está otro al que le gritan desde lejos:

-¡Maracuuchooo!

El maracucho actúa como el capo de las películas. Está sentado a la sombra, en una de las mesas de un café, acompañado por una mujer joven. En esa mesa se cuenta dinero (que pasan de los bolsitos de los 5 a las manos del jefe) se firman cheques y se dan órdenes. A plena luz del día y sin esconderse de nadie.

Atraído por ese movimiento, me pido un café grande, saco un libro y me siento en la mesa de al lado.

Los 5 reciben la indicación del jefe y empiezan a manipular sus teléfonos celulares con desesperación: llamadas, sms y cadenas de PIN salen de esos aparatos y en cuestión de 15 minutos, oleadas de gente entra por los portones del mercado a las carreras.

Estas gentes saben hacia dónde deben dirigirse, y se forma una cola monumental. Han estado la primera parte de la mañana en el Abasto Bicentenario que está en frente y ahora saltan la autopista o llegan en mototaxis o transporte público.

De la zona de la cola, que se forma bordeando el estacionamiento de vehículos, llega un sexto hombre y le entrega a la mujer que acompaña al “maracucho” un fajo de billetes envueltos en una bolsita plástica transparente. Ella lo recibe sin mirar siquiera al emisor y los cuenta sobre la mesa: son unos tres mil bolívares en billetes de cien.

 La operación – Parte 1

El hombre al que todos gritan “maracuuucho” es quien ordena. Hay dos a su alrededor que no se mueven y que actúan como si fuesen escoltas. Los otros (que son como 10) son los que convocan a la cola, coordinan la complicidad interna y cobran o pagan.

Hecha la cola, uno de los lugartenientes del jefe sale de un restaurant del área de la comida al lado de otra mujer que lleva en una mano un montón grueso de papelitos y en la otra un radio-transmisor de los grandes. (Infiero por el radio y por la adulancia con la que es tratada por el acompañante, que ella trabaja en el mercado, pero no pude verle una identificación).

Los papelitos tienen escritos los “números” que entregarán en la cola. Después del último papelito entregado no habrá más acceso a esos productos regulados. El hombre del bolsito terciado, que acompaña a la mujer de los papelitos le dice algo cerca del oído y le pasa un rollito con billetes.

La gente de la fila recibe los números. El hombre que hace instantes caminaba con la mujer del radio-transmisor pasa delante de la fila y muchos (hombres y mujeres jóvenes) le cambian el número por dinero que éste paga en efectivo.

Ahora los números de la fila tienen un valor, un costo, para los ciudadanos llegaron después de esa maniobra.

La operación – Parte 2

Hay otros que permanecen en la fila, ingresan al mercado adquieren el producto y lo entregan a los hombre del jefe. Éstos también reciben una paga por la diligencia.

El maracucho recibe todo el dinero organizado y contado. Lo recuenta y acto seguido ingresa a depositarlo en una agencia bancaria que está dentro del mercado y frente al área de la comida.

Muchas personas hicieron su compra y salieron con una o dos bolsas, seguramente para llevar a sus hogares, pero la magnitud de las transacciones que comanda el jefe, es inocultable.

Adendum – Parte 3

Una rubia opera sola. No tiene socios, intermediarios, ni escoltas. Sale de adentro del mercado halando una de esas carruchas rectangulares y planas que se usan para acarrear compras grandes, viste ropa que la identifica como trabajadora.

En la carrucha, hay productos regulados. Los lleva hasta un vehículo color blanco que reposa en el estacionamiento. Abre el maletero con un control remoto y mete allí la mercancía. Toma el celular y hace una o dos llamadas ofreciendo lo que tiene. Minutos más tarde un tipo llega y paga en efectivo el monto acordado, la mujer cuenta el dinero en el estacionamiento a la luz de todos y… no pasa nada. La operación se repite varias veces.

A uno le dijo:

-Tengo 10 cajas de aceite… pero 5 son para mí

Es decir, le pagan 10 y entrega la mitad… todo un negocio sin perdidas y muchas ganancias.

 Finito

Todo lo anterior ocurre en cuestión de dos horas. Sin el menor pudor, obviamente se sienten cómodos dentro de las instalaciones de Makro. Dinero y alimentos regulados pasan de mano en mano. Los billetes terminan (hasta donde uno observa) en la cuenta bancaria de un jefe del negocio.

Quien esto escribe, estuvo en el sitio observando y escuchando. Nada ultra secreto, es lo mismo que puede ver y escuchar todo el que allí se encuentre. Las fotos no son referenciales, fueron tomadas con un teléfono celular el día y la hora señalados, tratando de no llamar la atención.

Serie completa a Plena Luz por Ernesto Navarro:

Parte II: A plena luz (Parte II), El bachaqueo y sus complicidades

Parte III: A plena luz (Parte III) ¿Cuál es el castigo a los bachaqueros?

DesdeLaPlaza / Ernesto J. Navarro – Premio Nacional de Periodismo 2015

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