Cada 18 de septiembre en Venezuela se conmemora la partida del más iluminado de los pintores criollos
¿Qué pasa con aquel que acostumbrado a la miel, llena su camino de abejas? Estaba Armando Reverón cercano al sol, como sólo lo podía estar el que una vez Nicolás Ferdinandov invistió como el Dios de los pintores.
A los 64 años lo internan. Ocho meses encerraron su fulgor, doscientos cuarenta días en el Sanatorio San Jorge resultaron en 12 cuadros y un derrame cerebral.
Nacido de un matrimonio que no tardaría en romperse, el 10 de mayo de 1889, en una sociedad capitalina que –al igual que hoy- considera al divorcio o la separación como un “fracaso”, Reverón cumpliría los votos que sus padres no pudieron. Él, acompañó en la salud y la enfermedad, en la prosperidad y la adversidad a su compañera de ruta, la luz.
Después de la ruptura de los padres, Armando es enviado a Valencia (Carabobo), donde un tío materno le pone un pincel en las manos, y ve en sus infantiles trazos destellos de sensibilidad artística.
Esas mismas manos serán el rey y la reina del Castillete que delineará sobre las barcas y las olas en la soledad de Macuto, a orillas del Caribe mar.
—-
Quiso el destino que el errante congénito en que se convertiría Reverón, viviese en la casa donde nació otro trotamundos: Francisco de Miranda. Allí conoció a César Prieto, un novel pintor que lo iniciaría en la Academia Nacional de Bellas Artes.
Ayer como hoy, muchos buscan en Europa la meca de su peregrinación artística. Luciana McNamara (1) lo cuenta así:
“(…) Al año siguiente, su rendimiento en la Academia Nacional de Bellas Artes merece la postulación de los profesores para una pensión de estudios en Europa. Su madre le ayuda a costear el viaje a Barcelona, España, donde ingresa en la Escuela de Artes y Oficios y Bellas Artes; allí, ya se encontraba su amigo Rafael Monasterios desde hacía un año. En el país ibérico recibe clases de color de Vicente Borrás Avella y Clemens le enseña dibujo. Reverón estudia el trabajo de Goya y el Greco. También se interesa por las obras de Velásquez (…)”.
Armando Reverón llegó a ser discípulo del maestro de Salvador Dalí, pero rechazó todo cuanto estaba en boga en la Europa de Picasso y Chagal: «O me mandan a buscar, o me tiro al Sena», se dice que escribió en una carta dirigida a su madre.
Agonizaba el año 1917 y el 15 de octubre en Francia, Margarette Zelle, la inmortal Mata Hari, era llevada al paredón acusada de ser una espía que ha pasado información confidencial al enemigo, obtenida en confidencias de alcoba. Ella moría, mientras del otro lado del charco nacía el ermitaño… Macuto verá sin saberlo todavía, el nacimiento del Armando Reverón, artista que recordará la historia patria.
Será en el pequeño poblado de Macuto (hoy estado Vargas), donde la enceguecedora luz del sol terminará calcada en los lienzos del pintor. Allí vive del arte, ese año y toda su vida.
Como muchos, vivió con hambre su amor al lienzo.
“No obstante, su precaria situación económica no le permite usar el tren para viajar de La Guaira a Caracas, por lo que camina el trayecto cada vez que necesita viajar a la capital. Las largas caminatas le producen llagas en las plantas de sus pies, y brotan gusanos en uno de ellos”.
Pero sus caminatas tenían además un gran sentido de la lealtad. En esa época vendía sus cuadros por “dos lochas”, únicamente para cancelar una deuda de 2.500 bolívares que mantenía con la embargada pulpería Las Quince Letras, de Fausto Duarte, un amigo suyo.
Por esa misma razón de precariedad, se inventó muñecas tamaño natural. Las usó de modelos porque no tenía para pagar unas de carne y hueso.
Entre internaciones llegó al año 1953… A veces la genialidad se confunde con locura. Por eso, lo encerraban en un sanatorio y Reverón engañaba, se hacía el cuerdo como en el Loco de Gibran.
En la ida y vuelta a la cordura, le otorgaron el Premio Nacional de Pintura. Dicen que los últimos ocho meses de su vida los pasó pintando, no perdió las facultades artísticas… quizá jamás las tuvo y nos engañó a todos. De allí: su genialidad, su vida, su arte.
El cantor del pueblo venezolano, otro enceguecido por la luz de Macuto, le escribió: hoy llevan de castillete, cuadros para el gran salón, te codeas con El Greco, con Picasso y con Renoir, Reverón titiritero…
Una embolia cerebral se lo llevó como en medio de un fogonazo… En un destello de luz partió Armando.
Imagínese usted, sometido a la oscuridad que de pronto lo expongan a tanta luz: la locura.
DesdeLaPlaza.com /Ernesto J. Navarro