Conocida como “la perla del desierto”, la ciudad antigua de Palmira está inscrita por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco por sus siglas en inglés) en el patrimonio Mundial de la Humanidad por la riqueza de sus monumentos y columnatas romanas.
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Situada a 210 km al noreste de Damasco, la ciudad fue conquistada a finales de mayo por yihadistas de EI, quienes destruyeron los templos de Baal Shamin y Bel, por considerar que incitan a la idolatría las estatuas humanas o animales.
El oasis de Palmira alberga las ruinas monumentales de una gran ciudad que fue uno de los más importantes focos culturales del mundo antiguo.
Su nombre aparece por primera vez en una tableta del siglo XIX antes de nuestra era. Fue punto de paso de caravanas entre el Golfo y el Mediterráneo y una etapa en la ruta de la seda.
La conquista romana, durante cuatro siglos, dio un impulso formidable a Palmira (ciudad de las palmeras), cuyo nombre oficial en Siria es Tadmor (ciudad de los dátiles).
Pasó a ser un punto de lujo y exuberancia en pleno desierto gracias al comercio de especias y perfumes, de la seda y el marfil de oriente, de estatuas y al trabajo del cristal fenicio.
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En 129, el emperador romano Adriano hizo de ella una ciudad libre y le dio el nombre de Adriana Palmira. En esa época se construyeron los principales templos, como Bel, o el Ágora, al tiempo que Baal Shamin se embellecía y ampliaba.
La trinidad compuesta por la divinidad babilónica Bel, equivalente de Zeus, Yarhibol (el sol) y Aglibol (la luna) se veneraba allí antes de la llegada del cristianismo el siglo II.
El siglo III, aprovechando las dificultades que vivía el imperio romano, la ciudad se erige en reino. Desafía a los persas y la bella Zenobia se proclama reina.
En 270, Zenobia conquista toda Siria, parte de Egipto e incluso llega a Asia menor. Pero el emperador romano Aureliano retoma la ciudad, la reina Zenobia es conducida a Roma y la ciudad declina.
Antes de estallar el conflicto en Siria en 2011, más de 150.000 turistas al año visitaban la ciudad de las mil columnas, con sus estatuas y la formidable necrópolis de 500 tumbas donde los ricos palmirenses habían construido una serie de monumentos funerarios decorados suntuosamente.
La caída de esta ciudad de más de 2.000 años hizo temer por la suerte de sus ruinas ya que EI había destruido tesoros arqueológicos en Irak y minó rápidamente la ciudad.
El grupo yihadista decapitó el pasado 18 de agosto al hombre que dirigió durante medio siglo el servicio de Antigüedades de la célebre ciudad, Jaled al Asaad, de 82 años.
Menos de una semana después, el 23 de agosto, dinamitaron el templo de Baal Shamin, el santuario más importante de Palmira, después de Bel.
Imágenes de satélite tomada el lunes confirmaron la destrucción anunciada el domingo del templo de Bel por EI.
DesdeLaPlaza.com/AFP/KM