A la hora de juego, Diego Simeone ordenó el cambio de Correa, ya sin fuelle, desfondado de tanto correr para ofrecerse entrelíneas, de tanto ser el único futbolista que transmitía la sensación de poder hacerle daño al sistema defensivo del Real Madrid durante gran partido.
Correa fue el único capaz de apurar Casemiro, que fue un dique insuperable para el resto de jugadores rojiblanco. Agotado, su cambio describió el estatus que ha adquirido en los minutos que ha adquirido ya entre la hinchada. Arrancó varios silbidos de la tribuna alta contra la decisión de Simeone. El chico ha hecho méritos ya para pensar en una titularidad incuestionable porque cada partido que pasa destapa que es una mina de recursos.
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“Velocidad, velocidad”, fue la palabra más empleada por el cuerpo técnico rojiblanco y sus jugadores en las horas previas al partido. Existía la convicción en el Atlético de que parte del plan para ganar al Madrid pasaba por ataques endiablados que apenas pudo desplegar. Se encontró con un rival al que no le importó cederle la pelota y metros.
En realidad, el contragolpeador fue el Madrid, aunque no los finalizara bien. En medio del mal empaste ofensivo que fue el Atlético hasta el arreón final, Correa siempre transmitió la sensación de que podía hacer algo diferente que derribara el muro blanco.
El primer agujero que descubrió fue en una pared con Griezmann que le dejó esquinado entrando por la frontal. Su disparo cruzado astilló el palo de Griezmann. La batalla desigual, por físico, que mantuvo para ganarle la espalda a Casemiro fue muy atractiva.
Cuando no le quedaba más remedio que pegarse al madridista cuerpeaba y le engañaba con la cintura para salir de frente con el balón controlado. En una de esos trucos logró zafarse y soltar un derechazo que volvió a poner el miedo en la estirada de Oblak. Suyo fue también el pícaro robo de balón a Ramos que provocó la contra del penalti.
Cuando se marchó continuó ese desfile de y de las adquisiciones del verano que no parecía ir a ninguna parte. No acompañaba con la ambición de empatar el encuentro Carrasco encaraba timorato, con la cabeza gacha y poca confianza. Torres no cazaba una contra y seguía peleando con el balón.
Tampoco Vietto parecía muy enchufado ni Griezmann desequilibrante. Jackson tampoco entró con el exceso de revoluciones que exigía el partido y el resultado. Hasta que le cayó la pelota en la banda y rompió a Arbeloa en velocidad.
Su centro lo desvió de tacón Griezmann y lo empujó Vietto. Por fin Vietto, que necesitaba un giro de ese calibre para empezar a ser el jugador que fue en el Villarreal. Ahí empezó una carga colectiva del Atlético que antes Correa solo había podido hacer individualmente.
DesdeLaPlaza.com/ElPaís/MB