La Copa América terminó y la Roja, la selección de Chile, es bicampeón. El equipo de Pizzi fue de menor a mayor, en los últimos partidos se soltaron los de adelante y fue una fiesta. Pero de eso poco se habla. En cambio, casi todas las miradas, las cámaras, los flashes, las palabras escritas y dichas apuntan -otra vez- a él: al 10. A Messi.
“La pelota siempre al diez, que ocurrirá otro milagro”, dice por ahí una canción. Y así fue, cada vez que la pelota fue al diez, hubo milagro. A veces pequeños, casi imperceptibles de tan rápido que pasan y siguen. Una pausa de medio segundo, el amague sutil, el quiebre de cadera que no se ve pero está. Y aparecen los espacios, los cambios de frente, el pelotazo en profundidad que recorre decenas de metros pero se llega preciso, milimétrico, a los pies o la cabeza del compañero… La pelota siempre al diez.
Hubo también milagros mayores, de categoría superior, como el gol de tiro libre a los gringos, al ángulo. Así llegó el domingo, la final, y de nuevo contra Chile. La albiceleste iba contra el otro gran equipo del torneo, y la demasiado reciente derrota en Santiago no era fantasma. “Estamos bien”, me repetía, nos repetíamos, esperando la final.
El -impresentable- árbitro brasileño dijo a jugar y el diez se movió, danzó entre cuatro (y cinco, y seis) camisetas rojas todo el partido, amasó milagritos, abrió la cancha, puso pelotas mágicas. Pero no alcanzó. La suma de milagros pequeños y medianos no hacen el grande, y todo un buen partido, y un excelente campeonato del diez se desvanecieron en la noche de New Jersey cuando la pulga guindó su penal muy alto, por encima del travesaño.
Los penales, se sabe, no son una lotería. Si no que lo diga chiquito Romero, quietito en el medio del arco, esperando que Seijas la picara otra vez, como contra Huracán. El mismo Romero que dos minutos antes de la tragedia del diez, había parado nada menos que el primer penal chileno. La teoría de los penales dicen que los mejores patean el primero y el cuarto.
A veces en el futbol mueren las teorías: el mejor de Argentina erró el primer penal. “Nos ganan”. Dije, dijimos. Fue, en chiquito, el “me cortaron las piernas” del Diego, también en Estados Unidos. Fue la certeza de que -de nuevo, como en Río de Janeiro en 2014, como en Santiago en 2015- nos íbamos a quedar de segundos. Si el diez no hacía el milagro ¿quién?.
La pulga llorando en un costado, sin atender al llamado de sus compañeros para integrarse al grupo para los penales siguientes, era certeza de que, por esa noche en New Jersey, los milagros se habían acabado. Y mientras el pueblo chileno desataba la alegría para gritar bicampeón, los fantasmas descendían al otro lado de la cordillera, cuando Messi decía que lo suyo no era la Selección.
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La confesión del diez pegó más que la derrota misma en Argentina, y le quitó las luminarias a la Roja. Todos los titulares fueron (son): Messi le dice adiós a la selección argentina.
Pero, en realidad, Messi dijo: “Ya está, lo intenté mucho, es increíble pero no se da. Se terminó para mí la selección”. Soy de los que prefiere pensar que fue una reacción en caliente, un sincericidio fruto de la tristeza del momento, y que el diez podrá ordenar la cabeza y seguir con la albiceleste. En la misma declaración, aclaró que estaba en “un momento duro para analizar cualquier cosa”.
El diez está triste, y está equivocado. La selección sí es para él. En el Barcelona ya ganó todo, es con la celeste y blanca donde le faltan milagros. Y si no, que lo digan las decenas de miles que en toda la Argentina trajinan hora a hora todas las caimaneras. La inmensa mayoría de ellos no vieron a la Selección Argentina en lo más alto, esquivos como están los campeonatos desde 1986 (Mundial) y 1993 (Copa América).
Ellos quieren gritar “Argentina Campeón”, pero con Messi (y a través de Messi). Es que ellos saben: la pelota siempre al diez, que ocurrirá otro milagro.
Marcos Salgado / @marcos_salgado