Por no tener, no tenían ni espacio. Vivían en una especie de gran palafito. Amaban el fútbol pero nunca lo habían jugado, porque hacer una cancha en su pequeña isla era imposible: no había espacio.
Pero decidieron hacerla sobre el mal, con sus propias manos. Jugar era casi un deporte de alto riesgo, clavos salidos, caídas constantes al mar, una superficie muy resbalosa. Era complicado pensar que aquello era fútbol, salvo por la pasión que le ponían.
Al principio la gente del poblado era escéptica, algunos llegar a pensar que eran “cosas de muchachos” otros incluso se rieron de sus ganas.
Un día llegó la oportunidad de probar quienes eran. Y aquí está la historia contada por los héroes del futbol de Tailandia.
Es increíble lo que puede pasar cuando eliminas de tu vocabulario la expresión “no se puede”. En este caso, solo tienes que preocuparte por los clavos.
Desde la Plaza/ UPSOL / AMH