He esperado a que Carlos Soria se encontrara a salvo en el campo base para celebrar aquí su triunfo en el Kangchenjunga (8.586 m.), la tercera altura del planeta Tierra. Kurt Diemberger, el único hombre vivo con dos ochomiles vírgenes en su haber, sentenció una vez con lógica implacable: “Un ochomil no te pertenece hasta que llegas a la cumbre y regresas al campo base; mientras tanto, le perteneces tú a él”. Por eso mismo, cuando intentaban incordiarlo con la sugerencia de que Mallory e Irvine pudieran haber pisado antes que él la cima del Everest, Hillary solía responder: “Tenzing y yo fuimos los primeros en ir y volver, y sobre eso no cabe duda alguna”.
Carlos Soria es un señor de Moralzarzal que está empeñado en romper la barrera del tiempo. Si con 75 años a cuestas, además de la mochila, alguien sigue subiendo ochomiles, es que la juventud y la vejez, achaques físicos aparte, son únicamente estados del alma. La marca que acaba de establecer en el “Kangchen”, como lo llaman familiarmente los montañeros, ha dado la vuelta al mundo porque, según todos los datos, no hay nadie que haya ascendido esa montaña ni siquiera con una década menos (que no se entere la ministra Fátima Báñez que lo mismo retrasa la edad de jubilación hasta los ochenta).
La tranquila carrera de don Carlos Soria en pos de los catorce ochomiles prácticamente no tiene parangón en la historia del deporte. Que la juventud está sobrevalorada lo sabíamos desde aquel día magnífico en que George Foreman derribó a Michael Moorer de un chispazo en la boca y se hizo con el título de campeón de los pesos pesados más allá de los cuarenta. Con casi el doble de años encima, Soria ha alcanzado el vértice de una montaña cuyo solo nombre inspira respeto entre los alpinistas de todo el mundo. Kangchenjunga. Cuatro sílabas para cinco cimas, un macizo monstruoso y complejo como pocos donde Juanito Oiárzabal estuvo a punto de no contarlo. El año pasado, el propio Carlos Soria se retiró cuando sólo le quedaban doscientos metros. El adverbio es engañoso, como bien saben los alpinistas: en esa región tenebrosa, cien metros son un mundo de sufrimiento y vértigo, la frontera entre la vida y la muerte. Llevaba mucho retraso y decidió dar media vuelta, una decisión correcta porque cinco de los montañeros que hicieron cumbre ese mismo día jamás regresaron.
En un tiempo de valores equívocos, materialismo rampante y religiones caducas, pudiera parecer que la pasión de Carlos Soria por tocar los catorce techos del planeta es una locura. Sin embargo, él mismo dice que, aunque lleva escalando desde la adolescencia, los peores accidentes los ha tenido en coche o con esquíes. Tal vez la auténtica locura sea languidecer en un geriátrico o quedarse en casa mirando la tele. Carlos Soria ha decidido abrir personalmente las catorce ventanas más altas del mundo y ensanchar su pecho con ese aire sutil que arañan los aviones. Le quedan únicamente tres ochomiles para completar el círculo: el Sisha Pangma, el Annapurna y el Dhaulagiri. Pero no tiene ninguna prisa por acabar y alguna vez ha confesado que, si le fallan las fuerzas para afrontar los Himalayas, volverá a su Guadarrama natal, donde empezó la aventura. Lo dijo otro maestro de las grandes cimas, Gaston Rébuffat: “No hay que preocuparse por llenar la vida de años, sino los años de vida”.
Desde la Plaza/ David Torres-Publico / AMH