Si bien es cierto que muchos en YouTube generan contenido valioso demostrando gran creatividad, otros cobran por enumerar novios, embarazos, amantes o pelearse.
YouTube es la nueva televisión. Se ha convertido en una gran tribuna para el entretenimiento y la información. Es uno de los mejores inventos de estos años. Por su propia naturaleza independiente, la plataforma ha permitido que miles de personas en todo el mundo puedan convertirse en creadores de contenidos. Esto ha generado algunos fenómenos interesantes de observar.
En otra época al menos el 70% de la gente famosa lo era por cantar, actuar, modelar o hacer alguna otra actividad. Después de lograr esa fama o como consecuencia de ella (algunos) se dedicaban a ir de programa en programa o de revista en revista contando su vida. Ganando así mucho dinero y «facturando» como se dice en el mundillo de la farándula de Perú, por revelar los detalles más escabrosos, románticos, amables o tontos de su intimidad.
Así eran las cosas, así han sido siempre. De eso viven las revistas y los programas de farándula. Es un negocio y tiene su público. No lo juzgo, incluso de vez en cuando me divierto (o me sorprendo) viéndolos.
En los últimos años, en el mundo del entretenimiento han surgido una gran cantidad de «famosos» por salir a la palestra no a cantar, actuar, modelar o hacer cualquier otra cosa. Su celebridad se la deben a contar su día a día en internet.
Hablan de sí mismos sin parar, emiten opiniones como si fuesen Bertrand Russell o Albert Camus. No son filósofos o psicólogos connotados, pero dan consejos sobre cualquier tema. En ocasiones cantan (aunque no tengan talento para hacerlo), realizan retos y hacen chistes (algunos muy malos), pero la materia fundamental para crear material es su realidad o lo que quieren vender como tal.
Si bien es cierto que muchos en YouTube generan contenido valioso demostrando gran creatividad (de humor, series, entretenimiento, belleza, turismo, información, estilo de vida, etc) otros cobran por enumerar novios, embarazos, amantes, pelearse (con golpes incluidos), contar como duermen, insultarse, llorar y meter la cámara en cada rincón de sus casas.
Sus vidas son realitys que se transmiten en vivo 24 horas, siete días a la semana, valiéndose también de otras redes sociales como Instagram y Facebook. El entretenimiento que venden es (o al menos aparenta serlo) real. No sienten vergüenza al exhibir hasta lo más insólito. Se deleitan en relatar sus vicisitudes, alegrías, cuitas emocionales y amorosas.
Saben que hacer show es lo que más vistas genera. Lo que mejor permite que su contenido se viralice, generándoles beneficios económicos.
En ocasiones se quejan del impacto negativo que tiene contar casi todo, olvidando que precisamente de eso se alimentan. Su trabajo es vivir frente a las cámaras. Su privacidad es un negocio de miles de dólares. Se han empeñado en convertir a la plataforma en un plató de ¿Dónde estás Corazón?, Válgame Dios, Suelta la Sopa, Un nuevo Día o algún otro programa de chismes faranduleros.
¿Está bien lo que hacen? ¿Tiene mérito? ¿Vale la pena? Cada uno puede elegir lo que gusta ver.
Particularmente no los juzgo –aunque pocas veces consumo sus contenidos- a fin de cuentas, cada persona es libre de elegir como se gana su dinero.
@luisauguetol