Muchos padres somos extremadamente malos en cálculos. Creo que ni los matemáticos que tienen hijos se salvan de algunos errores, sobre todo a la hora de exponer a los chamos a la violencia. No calculamos cuán susceptibles son los peques al tema de la agresividad y los tratos crueles y los sobreexponemos a situaciones extremas que van, poco a poco, moldeando su conducta y personalidad.
Nuestros cálculos son tan malos que no nos percatamos que mientras vemos la serie de los zombis, la de los reyes intrigantes que decapitan por deporte, la de los policías que matan, se rematan y desentierran cadáveres descompuestos, hay un par de ojitos que sin espabilar miran la TV y absorben como esponja todo lo que la pantalla le quiere mostrar. Mientras papá se instala a matar lo que se le atraviese mientras juega en la consola de video, esos ojitos también van conociendo ese efusivo lado asesino de su progenitor.
Por si esto fuera poco, el cine ha parido toda una industria que le inserta en la cabeza a los niños, que la única forma de hacer el bien es destrozando personas, ciudades, países y planetas si es preciso, porque ser superhéroe y vestir trajes llamativos, está de moda y te hace mejor. Esa misma industria de la violencia que ha formado generaciones de maniáticos en diferentes partes del mundo a lo largo de varias décadas.
Otra variable que forma parte de esta peligrosa ecuación, la representan las cada vez más comunes peleas en casa. Las personas que se supone van a formar todas las referencias morales de esos niños, se dedican a gritarse, insultarse, golpearse, romper cosas y destrozar cualquier vínculo de amor y ternura en el que debería crecer todo ser humano sano.
El resultado de esta fórmula macabra, comienza a notarse en la forma de relacionarse de los niños en la escuela, en el parque, con los hermanitos, con los amiguitos. Seguramente muchos hemos visto a niños no mayores de cinco años haciendo alarde de coreografías perfectas de peleas campales, luchas a muerte y disparos a quemarropa. Esos niños que desde la TV, los videojuegos, el cine y la casa vienen copiando modelos y reproduciendo violencia en cualquier parte, a toda hora. Esos niños que poco saben de amor, no porque no lo quieran o lo necesiten, sino porque nadie les enseñó que amar es una necesidad máxima de nosotros los humanos.
La violencia infantil no es el problema, sólo es el resultado de muchos otros. Cuando un chamo aprende que la violencia es una forma de solucionar conflictos, difícilmente aprende otra. Cuando logra discernir que quienes lo forman moralmente, le inculcamos el culto a la agresividad como forma de vida, entenderá que aprovecharse del más débil está bien, porque el más fuerte, el que ejerce mayor poder de dominación, siempre saldrá victorioso. Las sociedades del mundo ya tuvieron bastante de eso… y no han tenido éxito.