Amanece otro día con la habitual corredera para alistar a los chamos que van a clases, la preparación del desayuno, los morrales y la amenaza de lluvia en el cielo. Antes de salir de casa la última consulta ya cotidiana pero novedosa en el teléfono celular: ¿dónde será la guarimba de hoy? ¿Cuáles calles, qué estaciones de Metro y qué autopistas estarán cerradas para condicionar la asistencia a centros de estudio y trabajo?
Este es el juego de terror en que se ha convertido el día a día de muchos padres y madres durante el último mes. La diatriba política nos ha transformado en manojos de nervios andantes, o “limitadamente andantes”, porque hay algunas calles por donde no nos permiten transitar. Alrededor de estos temas que ponen el alma en vilo, giran las conversaciones en el transporte colectivo, en el subterráneo, en las oficinas y otros centros de trabajo y hasta en las reuniones familiares. Todo lo que nos rodea está lleno de una anécdota, una noticia, un rumor, el videíto del facebook, la cadenita del WhatsApp o el cuento de la amiga de un vecino de la comadre. Todo un arsenal comunicacional lleno de mucha violencia, de mucho odio.
¿Y los chamos? ¡Bien gracias! Ellos en lo suyo: absorbiendo como esponjas todo lo que oyen y ven. Y a juzgar por la “infofrenia” colectiva que nos pone a hablar sólo de la conflictividad cotidiana, la sustancia que está empapando a nuestras “esponjitas” no contiene precisamente los nutrientes morales que ellos necesitan de nosotros, sus modelos y guías.
Una sociedad que en casi todas las áreas limita los espacios para la fantasía y recreación de sus infantes, no va a producir hombres y mujeres sanos mentalmente. Experiencias en otros países latinoamericanos han demostrado que los niños que no tienen espacio ni tiempo para la recreación y el juego, es muy posible que reproduzcan fenómenos sociales como la violencia intrafamiliar, el alcoholismo, la promiscuidad y el abandono del hogar. Y la suma de todos estos males no incluye el de la inyección y la demostración del odio irracional al que muchos de nuestros muchachos están expuestos hoy en día. Como dice una amiga: “Imagina-te-tus…”
En una entrega anterior hablamos del irrespeto al derecho a la educación y a la paz de nuestros niños, ejecutado por un sector que se le metió en la cabeza que la violencia es la vía más adecuada para salir de todos los problemas del país. El derecho a la recreación y a la consecuente salud mental está consagrado en la Convención de los Derechos del Niño, amparado por UNICEF, con miras a que los más pequeños tengan garantizado el derecho a la vida y la prosperidad en ella.
Según los principios que rigen esta convención “el derecho al deporte, juego y recreación constituye un estímulo para el desarrollo afectivo, físico, intelectual y social de la niñez y la adolescencia, además de ser un factor de equilibrio y autorrealización”. Entendiendo este enunciado podemos inferir que privar a los chamos de estos derechos, conducen irremediablemente a los resultados opuestos a los enumerados en él. El odio no es alimento.
Leche derramada
Y a propósito de los teteros, nos enseñan a no llorar por la leche derramada. Esto quiere decir que luego de consumada una acción de consecuencias negativas, de nada nos vale el arrepentimiento porque con ello no solucionamos nada. Así nos encontramos con algunos políticos que se aventuraron a transitar los caminos de la promoción del odio y hoy les resulta muy difícil recoger otro tipo de resultados en la cosecha.
Una de esas aventuras ha sido la promoción de ataques a funcionarios del gobierno donde quiera que ellos se encuentren, ataques que en muchos casos han sido trasladados a familiares e hijos de funcionarios o ex funcionarios identificados con el chavismo. Estas agresiones, de consecuencias imprevisibles, está despertando el horror de importantes sectores en diferentes partes del mundo que ya han sufrido comportamientos similares y saben perfectamente a qué conducen.
Recientemente el diputado opositor Freddy Guevara, al percatarse de los peligrosos alcances de estas acciones, escribió en su cuenta de la red social Twitter: “Sé que generará críticas, pero debo decirlo con claridad: no es correcto, moral ni políticamente, acosar hijos de funcionarios”. Aunque el diputado deja abierta la posibilidad de que se acose a los funcionarios, pese a que todo tipo de acoso es ilegal, trata de hacer entrar en razón a quienes agreden a los hijos de estos funcionarios. El diputado sabe del costo político de estos hechos y por ello trata de desmarcarse. Pero la leche ya se ha derramado y la vía para corregirlo no es un lloriqueo.