Cada nuevo día le pregunto a Miguel con qué soñó durante la noche. Con sus cabellos revueltos y la marca de la almohada en sus cacheticos, regularmente me cuenta algo que tiene que ver conmigo o con su mami. Sé que lo hace por alguna formalidad, pues aprendió a descifrar la sonrisa delatora que pongo cuando me dice que sueña conmigo, pero después de cumplir con lo que podría considerar un requisito, el chamo prosigue rápidamente a regalarme sus relatos maravillosos.
Sueña que juega fútbol con el Caracas F.C. (nuestro equipo) y en una jugada en la que recorre más de media cancha eludiendo contrarios, anota un “tremendo golaaazooo” que hace delirar a la afición. Entre ellos, busca a sus padres para dedicarles esa hermosa jugada. Pero inmediatamente después del partido hacemos maletas para viajar hasta el estado Amazonas, donde según aprendió en uno de sus libros preferidos, conocerá el Tobogán de la Selva, a los Yanomamis y los bosques húmedos de la región. El mismo sueño le llevó a recorrer el mundo que descubrió en los mapas en un sucesivo abordaje de trenes, aviones, barcos y carros.
Sus sueños siempre finalizan con ese deseo que se le ha metido en la cabeza de una manera casi obsesiva: viajar por el espacio exterior. Miguel quiere ser astronauta y se lo ha tomado tan en serio, que se la pasa revisando materiales de diferentes presentaciones para abrirse camino en la senda de alcanzar su deseo de ser astronauta.
Por la manera en que el chamo cuenta sus sueños, resulta obvio que no tuvo tales experiencias, sino que él está expresando sus más fuertes deseos. Regularmente sucede que cuando un niño pequeño cuenta sus sueños les parece que lo han vivido y que esas historias increíbles suceden en la vida real. Eso sucede porque hasta los cinco años aproximadamente a los niños les cuesta separar la realidad de la ficción y es allí donde entran los padres a jugar un papel fundamental en la orientación de esa imaginación en desarrollo.
Para ello es importante que los niños aprendan a cultivar la cultura de contarnos sus sueños regularmente, y para eso lo único que hay que hacer es dar el ejemplo y contarles los nuestros. De esta manera podremos saber mucho más de ellos en cuanto a sus preocupaciones, sus deseos o sus miedos, ya que el subconsciente a veces se expresa a través de los sueños.
La libertad de soñar (dormido o despierto), no debe ser reprimida en forma alguna. He escuchado padres que cuando sus niños les hablan de sus sueños o fantasías, les reprochan diciendo que esas son tonterías o que hablan de cosas imposibles. ¿Se imaginan al padre de Neil Amstrong diciéndole que se dejara de esas tonterías de querer viajar a la Luna? ¿O a los familiares de Simón Bolívar haciéndole desistir de darle la libertad a seis naciones? Nunca desestimemos los sueños de nadie.
La parte más emocionante de escuchar los sueños de nuestros hijos, es que también a través de ellos descubrimos cómo van sintiendo al mundo. No importa cuánto tienen de reales o ficticios esos relatos que recién empiezan a articular, pues ellos encierran aquello que en lugares remotos de sus conciencias en formación, están experimentando. Disfruta conocerlos más.