Por: Randolph Borges
Pocas cosas son tan frágiles en el mundo como las pantallas de los celulares táctiles. Se parten de nada, hasta metidas en un bolsillo, en la cartera o hasta por cambios bruscos de temperatura. Hay quienes dicen que sólo al verlos, se parten las benditas pantallitas. Esa mañana, mientras estaba arreglándose para ir a trabajar, la mamá de Danielito dejó el celular en la cama justo al alcance del curioso niño de cinco años, que en su intento de copiar a mami hablando por teléfono, manipuló el aparato que justo en ese momento quiso resbalarse de sus manitos e ir a dar al piso para que estallara su pantalla en mil pedazos.
Danielito, que ya sabía lo que le esperaba, se apresuró a contarle a su mami lo que había ocurrido. Nunca imaginó que su mami pudiera reaccionar tan mal, al punto de decir cosas como éstas: “Eres un salvaje”, “Eres un estúpido”, “No sabes hacer nada”, y la peor de todas “No sé porqué te parí”. Mientras Danielito escuchaba aquellas palabras con los ojos llenándose de lágrimas, algo más delicado que una pantalla de celular empezaba a resquebrajarse: el alma de un niño.
Esta es una historia que a diario protagonizan padres y madres en diferentes partes del mundo, y aunque su contenido forma parte de experiencias presenciadas por este cronista, es imposible contabilizar los pedazos de todas las almas que rompemos diariamente a punta de gritos e insultos. Para muchos adultos de lengua volátil con sus hijos, es difícil imaginarse cómo se sienten ellos cuando los insultamos, algo entendible si carecemos de empatía hacia los chamos y pagamos con ellos nuestras rabias y frustraciones.
Del maltrato verbal no quedan huellas visibles, todas van directo a esa parte tan delicada de las personas: su autoestima. Las secuelas psicológicas que deja una prolongada y constante agresión verbal, se evidencian directamente en el comportamiento, la conducta y la forma de relacionarse de nuestros hijos con su entorno y con ellos mismos.
Síntomas claros de violencia verbal en casa se identifican a través de la repetición de conductas similares en la escuela, gritos a compañeritos, insultos, degradaciones. También las malas calificaciones, el retraimiento y la indisciplina, son consecuencia de un trato cruel que reciben nuestros niños en casa.
Quienes creemos en la fuerza de la palabra, pensamos que su uso debería contar con licencias especiales, porque su mal empleo puede acarrear consecuencias insospechadas. Con las palabras correctas formamos el carácter de nuestros hijos, les hablamos de lo malo y lo bueno, de lo feo y lo bello. Así les ayudamos a construir su mundo interior y el que les rodea, le enseñamos la importancia del amor propio y hacia los demás, a apreciar la vida como un milagro cotidiano. Las palabras incorrectas producen exactamente el resultado contrario, y serán responsables de la formación de seres ensimismados, egoístas, crueles y completamente inseguros.
Si con frecuencia repetimos a nuestros hijos frases como “eres desobediente”, “eres maleducado” o “siempre te portas mal”, ese será justo el resultado que tendremos en la conducta del niño. En cambio, si aplaudimos su buen comportamiento, si le recordamos todo lo que nos gusta de ellos con frecuencia y les manifestamos siempre el amor que nos despierta, sabrán distinguir por ellos mismos qué es lo correcto y qué no. Recuerda que tus hijos no son menos inteligentes que tú y pueden comprender situaciones mucho más complejas de lo que creemos. Ten presente que no por gritar más alto, se tiene más razón.