La llevaba a rastras por el pavimento, renegando con ese gesto de una carga que parecía más emocional que física. El rostro de la madre no era de cansancio, sino de desprecio. La rabia le llenaba todas las arrugas de la frente y en su mirada no cabía el amor, al menos en esa postal que Miguel y yo observábamos desde la acera de enfrente. Otro rostro, el de la personita que se resignaba a dejarse arrastrar, parecía no entender nada y entre lágrimas gritaba: “noooo, mamita… nooooo”.
De lo que vino después Miguelito y yo no fuimos testigos más que del sonido de golpes contra la piel de la niña, de llantos descarnados, de gritos amedrentadores. Eran los sonidos de una brutal paliza que, en nuestra retirada, quise evitarle a los ojos del chamo. Caminando pensé en devolverme para reclamarle y evitar una tragedia, por aquello de que el que tiene un hijo tiene todos los hijos del mundo, pero ya otras personas habían intervenido apartando a la niña de su maltratadora y sosteniendo a la madre que decía a todo pulmón: “esa es mi hija y yo la escoñeto si quiero”.
El episodio ilustra una realidad que tal vez los más susceptibles notamos con mayor frecuencia, pero existe y tiene mayor regularidad de lo que quisiéramos. El maltrato infantil es un mal social que aborda varias aristas, que van desde la negligencia, el abuso, el abandono y el maltrato emocional y psicológico.
La negligencia es notoria en niños que visten con ropas rotas, que no cumplen con las condiciones elementales de aseo personal, que tienen mala alimentación y no reciben atención médica básica. Los padres negligentes usualmente repiten en sus hijos los hábitos propios, que no siempre son consecuencia de problemas económicos.
El maltrato emocional o psicológico ocurre cuando los niños presencian repetidamente hechos de violencia doméstica entre sus padres, cuando ellos mismos son víctimas de la violencia de otros adultos o cuando se les culpa continuamente de causar problemas.
Los niños maltratados emocionalmente presentan problemas de conducta y rendimiento en el colegio, tienen problemas con la alimentación que se evidencian en malnutrición u obesidad. El niño abusado tiene, por lo general, problemas de autoestima y se deprimen con facilidad; tienen comportamientos extremos en su conducta y presentan dificultades para conciliar el sueño.
Muchos de estos maltratos a los niños son considerados como abandono infantil, pues los responsables de la formación de sus representados, se han desentendido de brindar la atención básica a éstos, grabando en las pequeñas mentes de sus hijos esa sensación de abandono que probablemente les marcará el resto de sus vidas.
Bajo las dificultades económicas que atraviesa el país, es preocupante leer algunos reportajes en medios de comunicación, que justifican el abandono infantil y en algunos casos lo alientan, creyendo tal vez que de esa forma se le hace más daño al gobierno. No es fácil predecir el tipo de sociedad que tendremos a la vuelta de una década, cuando miles de niños abandonados vuelquen sus frustraciones contra el resto de la humanidad.
Mientras tanto, Miguel, su madre y yo, seguimos caminando por estas rutas en aprendizaje constante. El chamo sabe que la violencia rodea nuestras vidas y nuestras realidades, pero también sabe que está muy lejos de llegar a él por la vía de sus padres.