Miguelito comenzó sus prácticas de fútbol tal como quería. Bueno, digamos que era un deseo compartido conmigo. Como padres orgullosos, su madre y yo le acompañamos a su nueva aventura y fuimos sus hinchas durante toda la práctica como si el chamo estuviera jugando la final de la Copa del Mundo. En su segundo día de entrenamiento, el niño marcó tres goles a balón parado y los celebró con tanto entusiasmo que dejó con cara de gallina-que-mira-sal a la mayoría de sus compañeros. Nosotros, sus padres, también celebramos exageradamente la hazaña del debutante y salimos a premiarlo con helados y golosinas. Pero Miguel, siempre tiene algo más que enseñar.
Mientras el chamo devoraba su helado yo me derretía en halagos por sus conquistas, lo nombré el mejor futbolista del mundo, el sucesor de Maradona, el Dios del gol, etc, etc. Miguel sólo acertó a decir: “Pero papá, era sólo una práctica. Ni siquiera fue un juego de verdad”. Me bajó a tierra de sopetón y quise que la tierra me tragara. Pero la simplicidad de sus palabras me hizo reflexionar sobre la diferencia entre dar ánimo y elogiar.
Es una tarea complicada para muchos padres distinguir entre una cosa y la otra, y de las consecuencias que producen en la crianza del niño. A mi modo de ver, el elogio no le hace bien a nadie, mucho menos a una persona que está en crecimiento y formación constante. El elogio hace que el individuo construya una imagen perfecta de sí mismo, pero no por ello acertada. Elogiar a un niño hace que se sobrevalore, que se sienta superior a los demás y que invariablemente se torne narcisista y ególatra, conducta que le llevará más temprano que tarde a toparse con una realidad muy diferente.
Si en cambio animamos sus acciones, estaremos fortaleciendo los esfuerzos que hacen para conquistar sus objetivos por mérito propio, y eso les llevará a ser mucho más perseverantes. Bajo esa premisa, es preciso darle ánimos tanto en el fracaso como en el triunfo, porque ello implica un reconocimiento al esfuerzo (hecho real) y no a la ficción que nosotros deseamos para ellos.
Miguel me enseñó que debo cambiar mis elogios (Dios del gol), por darle ánimo (lo hiciste muy bien hijo, sigue esforzándote y serás muy bueno).
El miedo al fracaso
Seguro que tú o alguien que conoces ha sido señalado como “looser” (perdedor). Es el resultado de toda una campaña mediática y social para hacer leña del árbol caído burlándose de los fracasos de alguien. No le hagas ese daño a su hijo y repréndelo si lo sorprendes en una de esas.
Hay padres que buscan la perfección en sus hijos y niños que se acostumbran a hacer todo perfecto. Los resultados se aprecian en padres castrantes e hijos frustrados. Es muy probable que tu hijo no esté haciendo las cosas como deseas, o no esté progresando a la velocidad que quieres, pero la solución no está en presionarlo sino en animarlo a superar sus limitaciones o sus miedos.
Debemos animar a los chamos especialmente cuando se equivocan, indicarle cómo van progresando en vez de remarcarle sus errores. Sé un compañero en el crecimiento y no un obstáculo, porque si convertimos ese “ánimo” en exigencia, se perderá la intención sincera de hacerlos crecer seguros de sí mismos.