Hay un hecho cierto: en nuestro planeta convivimos infinidad de seres vivos. La vida, en La Tierra, está presente mucho más allá de lo que vemos moverse a nuestro alrededor.
Desde la perspectiva humana, el universo que somos, como individuos, constituye un hábitat en movimiento para millones de microorganismos. Somos la vida.
Los demás seres vivos con los que nos relacionamos los humanos vivos, no son nuestros opuestos y mucho menos nuestros enemigos. Son nuestros complementos en perfecto movimiento dialéctico.
Explicar la vida desde esta cosmovisión nos permite aceptarnos reconciliados con la totalidad de lo real, sin lucha, sin competencia, sin miedo.
Sin embargo, desde hace unos cuantos siglos, el hombre, la mujer, la humanidad, anda peleándose con su entorno y persiguiendo aterrorizado a todo cuanto se mueve, incluyendo a sus pares humanos, a los que califica (a veces hasta con decretos y disposiciones de Estado) como «amenaza inusual y extraordinaria» y les declara la guerra, los persigue, los somete a bloqueos, los tortura, los desaparece, los inferioriza, los extermina.
Para los más pequeños, los que no se ven a simple vista, inventa plaguicidas, insecticidas, antibióticos y vacunas (entre otros instrumentos de exterminio), luego de haberles leído el mismo decreto que los considera «amenaza inusual y extraordinaria».
La aparición del Poder y el Estado, para administrar las relaciones sociales entre individuos que, alguna vez, se fueron solidarios colectivamente para su convivencia y la producción de sus bienes de consumo en igualdad, data de tiempos muy lejos. Unos pocos se organizaron por sus miedos y fueron dejando el amor a un lado, se convirtieron en poder y fueron acumulando riquezas que nos pertenecen a todos por «generosidad» del universo. Comenzaron a surgir los «opuestos» y se abre paso a las clases sociales para llegar hasta este ahora, aquí, en el que nos estamos destruyendo.
Por eso el Coronavirus, la ciencia, las religiones, los miedos y también está invitación que hago para vacunarnos desde los adentros.
El descubrimiento de la molécula de Covid y su manipulado impulso viral (hasta convertirlo en «pandemia») por el mundo, es asunto de quienes se sienten dueños de la verdad porque antes se convirtieron en dueños de lo que nos quitaron a las grandes mayorías y lo encerraron en sus palacios, en sus reinos, en sus bancos y arcas, en sus gobiernos, en su proverbial condición de amos del mundo.
El Covid existe, pero también existió, no es un nuevo ser. Convivió entre nosotros como uno más, justo hasta el momento cuando hacía falta un Bin Laden a quien «culpar» perseguir y exterminar, por «bicho», por «malo», por «perverso», por «amenaza inusual y extraordinaria», para quienes se erigieron en amos del mundo y también dueños del saber, del conocimiento, de la ciencia y de la teología, en fin, del pensamiento, de la cosmovisión hegemónica por la que pretenden ofrecer una vacuna para querer «arreglar» todo lo que ellos mismos han destruido por siglos.
Sí creo e insisto en que hay que vacunarse, pero desde los adentros, desde la Revolución interior, única capaz de dar concreción a la Revolución social y socialista, política, económica, la cual en Venezuela lleva el honroso nombre de Revolución Bolivariana.
¿A vacunarse? Sí, pero comencemos desde dentro.
Ilustración: Iván Lira