Tenemos sangre de indio. Hace unos meses me encontraba en una pequeña cola en una farmacia y mientras esperaba mi turno para que me atendieran, escuchaba la conversación que tenían las personas que se encontraban delante de mí: el impelable tema país. Un señor, de unos 40 años, dijo entonces que los venezolanos no somos fuertes.
A mí normalmente no me gusta participar en ese tipo de conversaciones grupales que se generan en cualquier lado y menos si se trata sobre la situación venezolana porque siempre se cae en lo mismo: escasez, inflación, no hay medicinas, migrantes venezolanos, el Gobierno no quiere soltar el coroto, la supuesta guerra económica, el efectivo, bla, bla, bla. Ya eso lo sé; pero no aguanté y tuve que sumarme a ellos únicamente para dejarle claro al señor que estaba equivocado.
Los venezolanos, para soportar todo lo que ya habíamos soportado, tenemos que ser bien fuertes. Esta situación no la tolera cualquiera y los que pudieron irse, se fueron, quedamos nosotros y solo nosotros seguimos padeciéndolo como para desestimar la lucha que estamos dando hasta con nosotros mismos desde el 2013.
Este escenario lo recordé recientemente cuando una profesora de la Universidad Central de Venezuela dijo que nosotros, los venezolanos, tenemos sangre de indio. Y, ciertamente, somos arrechos. La gente en Venezuela está molesta y de eso a mí no me queda duda, porque uno puede ser fuerte, pero tampoco se puede aguantar cuando quienes nos gobiernan deberían asegurarnos nuestros derechos, sobre todo a la educación y a la salud, más allá del escudo de las sanciones que se usa constantemente.
Menciono estos dos sectores porque, precisamente, esas declaraciones las ofreció la profesora universitaria en una protesta que realizó un grupo de docentes en las adyacencias de Plaza Venezuela, en Caracas. Resultó que a los profesiones también se les sumaron trabajadores del sector de la salud, quienes ya llevan más de dos semanas protestando en los principales centros de atención públicos del país para denunciar las condiciones en las que se encuentran y exigir salarios dignos.
Dos de las cosas más importantes que debe haber en cualquier país, aquí en Venezuela no las tenemos del todo seguras. El país petrolero más rico del mundo tiene fallas, severas fallas. En días pasados una de mis hermanas tuvo una complicación de salud y el ruleteo por los centros asistenciales para poder realizarle una transfusión de sangre fue simplemente una pequeña muestra de lo que atraviesan cientos de venezolanos a diario.
Para suerte, finalmente se pudo realizar la transfusión de una sola bolsa de sangre que conseguimos en el Hospital Clínico Universitario de Caracas, lugar en el que le habían negado el día anterior la atención, debo decir. Entre todo esto, por un lado vendían la bolsa de sangre en 7 millones de bolívares y por otro la vendían en más de 40 millones de bolívares. Así más o menos podemos sacar cuenta de cuánto vale la vida de un ciudadano en Venezuela. La respuesta resulta hasta contradictoria porque sabemos que aquí no vale nada: hay quienes mueren porque no tenían hasta el medicamento más básico.
Entonces las enfermeras y trabajadores de los hospitales protestan. Protestan por cosas claves: aumento salarial y mejoras en las condiciones en las que se encuentran los hospitales en el país. De ambas ya tenía conocimiento. Ser periodista y trabajar casi a diario con estos temas te dan, más o menos, una idea de qué tan complejo son o pueden ser algunas situaciones.
Cuando estuve en el Hospital Clínico Universitario esas escenas de una película de terror que tanto había visto en imágenes y videos, las comprobé. Es así. Ahí no hay nadie que edite ni mienta. Las realidades hablan y lo que yo pude ver en ese momento, nada más allí, me dio más razón de todo. Definitivamente, tenemos sangre de indio.
Como les comentaba, a diario me encuentro con estas situaciones y vivencias de personas que ni siquiera conozco. En una de las tantas notas que realizo, me tocó transcribir una cita textual del exministro para la Salud, Luis López.
Resulta que el señor dijo en una entrevista que las protestas que se habían comenzado a desarrollar en dentro del sector salud eran «bochinches». Vaya que sí estuvo bueno que finalmente lo sacaran de la cartera, ni siquiera entiendo cómo pudo durar tanto en una institución que es tan fundamental para la nación.
Confieso que oír esa palabra me llenó de ira. Bochinche es que se mueran pacientes en los hospitales, bochinche es que familiares tengan que peregrinar en cientos de farmacias para conseguir un solo medicamento, bochinche es que en los hospitales la mayoría de los equipos no funcionen, bochinche son los niños que no se pueden hacer su quimioterapia, bochinche tenía aquel hombre que protestó frente al Ministerio para la Salud porque no le iban a dar sus pañales o esa señora con cáncer terminal que no tenía sus medicinas, bochinche es que en los hospitales fallen servicios imprescindibles como la luz o el agua.
¿En qué cabeza cabe? ¿Por qué personas como él tienen que tener cargos tan importantes dentro del Gobierno nacional? Cuestiono siempre que nuestros gobernantes realmente estén del lado del pueblo porque sus acciones y declaraciones adversan lo que viven a diario un venezolano, sobre todo aquellos que pertenecen a zonas discriminadas, pobres, alejadas.
Nos damos cuenta de que esta situación ocurre, puedo decir, en todas las áreas del país. La situación de los docentes universitarios no carece de urgencia. He visto con mucha preocupación cómo cientos de jóvenes han desertado y muchos profesores se han visto en la obligación de presentar su renuncia por diferentes motivos, ya sea porque sus salarios no les resultan o porque han emigrado para buscar mejores oportunidades. Que en otras fronteras les reconozcan lo que en su propio país no les reconocen, qué triste.
¿Qué generación se está formando en Venezuela? ¿Dónde están los profesionales? ¿A quién le va a quedar el país?Muchos de los profesionales ya se fueron y los jóvenes, quienes pueden estudian y quienes no, entonces intentan resolverse trabajando para conseguir un sustento. La migración ha dejado las aulas vacías. Otro día vi cómo una maestra, llorando, contó que tenía tres días yendo a dar clases sin comer porque no podía dejar a sus niños solos, así lo dijo.
Con ello no pretendo generar discordia, pero las cosas resultan tan evidentes y en Venezuela hay tantas fallas que es imposible que uno, como ciudadano común, pueda realizar una actividad o diligencia con completo éxito sin siquiera tropezarse con algo. Hasta ir a tu trabajo es una odisea. Aún así sacamos fuerzas.
Gente va desde bien temprano para sus trabajos. Debe ser que en algo creen, que algo esperan. A otros quizá no les queda de otra. «El que no trabaja no come», replicó mi mente. Díganme quién vive con 5 millones de bolívares. Sí, tenemos sangre de indio, es verdad, de esos guerreros que hace años lucharon por defender nuestras tierras saqueadas.