“Nunca cambias las cosas luchando contra la realidad existente. Para cambiar algo, construye un modelo nuevo que haga que el modelo existente sea obsoleto.”
-Richard Buckminster Fuller
Vivimos en un mundo de ilusiones. Desde que nacemos nos indican qué debemos hacer, qué es lo mejor, lo correcto, lo permitido. Nuestra sociedad (todas las sociedades) se sostienen sobre reglas, convenciones sociales sencillas, acuerdos entre varias personas que muchas veces no fueron consultados con nosotros. Por ello, coexistimos acorde a normas que fueron establecidas hace mucho tiempo por personas que ya no se encuentran entre nosotros.
De cierto modo, el mundo es un teatro, como decía Shakespeare, pero las obras que en él se presentan varían cada cierto tiempo, cada vez que se cierra un ciclo y empieza otro. Estamos ahora en medio de esa transición. Hay una revolución silenciosa y pacífica en pleno proceso y si el mundo es el teatro, la blockchain (cadena de bloques) es nuestro telón de fondo.
Las normas y creencias por las que nos guiamos son tan frágiles como castillos en la arena, es por ello que tenemos instituciones y gobiernos para mantener (contener) el orden y organizar, pero ¿qué pasaría si no los necesitáramos? Esa pregunta puede parecer absurda, es difícil imaginar un cuerpo sin cabeza, pero la realidad nos está mostrando algo distinto.
Las criptomonedas, que no son sino la primera aplicación de todo lo que puede hacerse con blockchain, ya permiten usar dinero en cualquier lugar del mundo sin necesidad de un banco. Sí, los bancos ya no son necesarios para poder transferir y recibir dinero digital. Pero esta revolución va mucho más allá. Lo que ocurrió en 2009 fue que un nuevo modelo se creó, uno que está transformando todas las formas de gobierno, de organización. Por supuesto, estos cambios no se dan de la noche a la mañana (si quieres hacerlo de forma pacífica y no al estilo de la Revolución Francesa). Han pasado más de 9 años y se estima que han sido poco más de 20 millones de personas quienes se han atrevido a entrar en este mundo; algunos se han vuelto inmensamente ricos y otros muy pobres. Esta es aún una tecnología joven y en fase de desarrollo, pero la promesa es enorme.
La blockchain transformará, prácticamente por completo, la forma en que interactuamos e intercambiamos cualquier cosa y lo hará porque esta tecnología te da el poder de hacer todo tipo de trámites sin necesidad de un intermediario. Es justamente esta característica, la descentralización, la que le da su fuerza y a nosotros, libertad. Imagina poder mover tu dinero sin pedir permiso, sin límites de retiro, con comisiones mínimas y de inmediato. Eso ya está sucediendo. Quien usa criptomonedas es su propio banco.
Por años, las criptomonedas pasaron desapercibidas, siendo desarrolladas por criptoanarquistas y sin apoyo de ningún gobierno ni respaldo de materia prima alguna, como el oro, por ejemplo. Durante ese tiempo, han sido difamadas, desacreditadas y criticadas constantemente, aún así, no desaparecieron, por el contrario, crecieron y se multiplicaron. Ahora son los gobiernos y los bancos quienes proponen proyectos para desarrollar sus propias criptomonedas y criptoactivos y no quedarse relegados por el avance, lo que es un reconocimiento al poder de la blockchain.Este poder representa una oportunidad, pero también una amenaza al orden establecido, a los gobiernos e instituciones tradicionales. El poder siempre se ha visto amenazado por la libertad (el poder centralizado, quiero decir). Lo que las criptomonedas te ofrecen es la oportunidad de apropiarte y empoderarte de tus riquezas en lugar de seguir dependiendo de los bancos e instituciones para administrarlas. Quizás no lo parezca, pero no eres dueño de tu dinero, tus cosas no te pertenecen, alguien más las administra por ti. Ellos deciden por ti.
Mencioné antes que la blockchain no es la obra, sino el telón de fondo y es que esta tecnología va mucho más allá de las finanzas: transformará la medicina, el Internet, la política, el arte y todo lo que hacemos que requiera tratar con otras personas, cambiará cómo nos organizamos, la manera en que funcionan las empresas y mucho más. Sólo imaginemos un mundo sin jerarquías, sin centralización. Un mundo más libre. ¿No es ese el objetivo del progreso?