En realidad es la Iglesia católica la que trajo esa creencia a nuestra Abyayala, junto al conquistador genocida. Todo venía en un paquetico llamado Estado, el cual contenía represión y consenso en un cuerpo de leyes acomodaticias, aplicables según las circunstancias y la resistencia del conquistado.
Resucitar es volver a la vida. Es entender a ésta como un período que comienza con la gestación y nacimiento del individuo y termina con su muerte. Siglos de hegemonía impiden, por diversos mecanismos, siquiera cuestionar a ese dogma que -de paso- a estas alturas no sólo lo es de fe sino también de ciencia.
Mirarnos como objetos predecibles con principio y fin, con vida y muerte, es asunto de la mente puesta al servicio pleno del Poder.
El Poder, como se conoce en las sociedades divididas en clases, es el control sobre la producción, sus relaciones y los medios para generar bienes materiales. El capitalismo no es la excepción sino la expresión del nivel paroxístico de esa perversión en la que todo se enfrenta, se pelea, se lucha o se resuelve mediante la fuerza.
Por la violencia (sea física o mental) del dominador sobre el dominado es que el primero crea la figura del Estado para reglamentar ese dominio y administrar una apariencia (egótica) a la que llaman igualdad. El violentado, del mismo modo que el violentador, terminan aceptando al Estado como intermediario aparentemente neutral para mantener un «equilibrio» que no es tal.
Por esa trampa del Poder, a la que estamos aludiendo, aún la más victoriosa y aplastante revolución termina siendo una entelequia, puesto que debe recurrir a la creación de un nuevo Estado que, temporalmente, «satisface» al ego de de la mayoría triunfante.
Me refiero a que el Estado es una «necesidad» de la mente del dominador y no de la conciencia de la humanidad que es totalidad y equilibrio universal.
Sólo aceptarnos como unidad en la diversidad, revela la esencia de una conciencia revolucionaria. Sólo saber que somos vida, sin final ni fracciones, como energía que «no se crea ni se destruye, sino que se transforma», es el estado real de conciencia que no permite ni puede permitir ser «gerenciada» por el Estado tal como lo conocemos y padecemos hasta el presente, en el mundo entero y en cada nación o país.
En realidad la pregunta acerca de si se puede resucitar en domingo es un recurso de semana santa para cuestionar al Estado y para entender que la Revolución es mucho más que una lucha con límites en una mente esclerosada y egótica, incapaz de abrirse paso consciente y expandido hacia la liberación de la élite que por siglos nos domina.
Si algo hubiese que «resucitar» hoy por hoy, porque ya no tiene vida, es la epistemología de la Revolución. Cambiar con radicalidad desde nuestro interior haciéndonos de una cosmovisión para vivir la totalidad de la vida.
Ilustración: Iván Lira