¿Que Renny Osuna obró incorrectamente al escupir al árbitro Carlos Leal, el jueves cuando Tiburones de La Guaira y Caribes de Anzoátegui disputaban lo que luego fue el último juego de esa serie?: Sí.
¿Que debe asumir las consecuencias de ese acto?: Sí.
¿Que esperamos no ver algo así nuevamente, ni en él ni en ningún otro pelotero?: Así es.
¿Que alguien se haya detenido a pensar y debatir sobre la posible raíz de lo sucedido?: No estoy seguro, y por escribo lo que escribo hoy.
Sin ánimo de promover la violencia en el béisbol y en ningún otro campo de nuestro diario andar, me atrevo a pensar que lo sucedido es producto –ciertamente-, de un acto violento en el que ni Osuna, usted o yo somos culpables pero sí, víctimas.
A ver. Para nadie es un secreto que esta temporada que ya está en su fase final, sobrevivió a un ataque imperial (así como se lee, claro y raspao) que intentó abortarla, a través de una MLB que obedeciendo a las órdenes del bloqueo dictado por Donald Trump contra Venezuela, hizo lo posible para que en nuestro país no se celebrara el torneo 2019-2020, plenamente consciente de lo que eso pudo haber significado para el ánimo colectivo desde lo deportivo y lo cultural. ¡Ni hablar de lo político!
Solo la decisión del Gobierno nacional, de quienes en la liga venezolana sustituyeron a quienes huyeron obedeciendo al amo del Norte y, a la expectativa popular que no se iba a calar un diciembre sin hallacas, pernil ni pelota, hicieron posible que el campeonato se iniciara el 5 de noviembre (era el 12 del mes anterior), obviamente con algunas fracturas lógicas de esperar en medio de la batalla recién culminada.
Una de esas fracturas, fue la improvisación hija de la circunstancia ya descrita. Osuna, y sus colegas pilotos son obra y arte de ese tira y encoge de última hora. Al fin y al cabo, son peloteros y si manager me dijiste manager me quedé porque ningún equipo juega sin jefe. Estas designaciones se hicieron sobre la marcha, diría yo, con un Cristo en la mano y rezando para anular la ruleta rusa.
Osuna es un chamo aún. Es el más joven de esa valiosa tropa de toleteros que aceptaron el reto de comandar equipos, en medio del vendaval de la confusión creada alrededor de la embestida gringa.
Osuna, como esos otros héroes que dieron la cara por el llamado pasatiempo nacional aún no estaban curtidos (ya empiezan a estarlo), para embraguetarse una misión como la que valientemente aceptaron. Y Osuna, al contrario de sus colegas de conducción y para su infortunio, se vio sometido –como ninguno de ellos-, a una indescriptible, indeseable e indeseada presión dentro del club luego de una decisión tomada durante el segundo juego contra los orientales, que para muchos (incluyéndome) fue garrafal y que por lo que sentimos significó la pérdida de lo que parecía la obtención del galardón que por trigésimo cuarto año consecutivo fue esquivo para la alegre tropa litoralense.
Quienes tenemos toda una vida siguiendo con pasión absoluta el béisbol rentado en nuestro país, hemos sido testigos de verdaderos berrinches protagonizados por managers molestos producto de apreciaciones arbitrales ante determinadas jugadas, o por el desacuerdo frente al “canto” de lanzamientos conocidos como bolas o “estrais”. Pero sabemos, asimismo, que tales escándalos en el terreno de juego han estado limitados al instante de la rabieta o, en el peor de los casos, anclados en un antecedente inmediato que a juicio del reclamante haya perjudicado a su team de forma abierta y con influencia en el desempeño, pero, y aquí vale decir peeeeeeero, desprovistos de los sinsabores ya referidos en el caso del novel capitán guairista.
Quiero decir con esto que lo acontecido con Renny Osuna pudimos haberlo presenciado con cualquier otro de los timoneles de algunos de los otros equipos, que tuvieron o tienen al frente a chamacos sin mayor recorrido gerencial.
Que quede claro y lo digo una vez más: no estoy aplaudiendo su conducta ante el “ompaier”. Durante toda la temporada, fue un caballero del diamante. Solo trato de desmenuzar las posibles razones escondidas detrás de una temporada preñada de peculiaridades desde antes de nacer. Es más, públicamente a través de la redes digitales que maneja la organización para la que trabaja ofreció disculpas, mostró su arrepentimiento y con claridad meridiana lo dijo todo: “Es un puesto que no estaba en los planes…no estaba preparado para asumirlo”. ¡Claro! No fue su culpa.
¡Chávez vive…la lucha sigue!