Por: Randolph Borges
Durante una travesía en el Metro de Caracas, de esas que nos parecen eternas, viajábamos Miguel y yo bastante incómodos durante la hora pico vespertina. Al calor de un vagón sin aire acondicionado, se le sumaba el de mi gente sudorosa y cansada de sus labores cotidianas, el retraso típico provocado (o no) por los amigables trabajadores del subterráneo y el inicio del correspondiente, inagotable e incisivo interrogatorio del chamín.
– Papá, ¿porqué el tren va tan lento?
– Porque hay mucha gente viajando a esta hora
– Y ¿porqué viaja tanta gente a esta hora?
– Porque se regresan a su casa después de trabajar
– Y ¿dónde trabaja toda esa gente?
– En diferentes partes, hijo… en diferentes partes
– Y ¿porqué se van a su casa?
– Porque están cansados, Miguel. Van a descansar
– Y ¿su casa queda cerca de la de nosotros?
– Algunos sí, hijo. Otros viven más lejos
– Y ¿porqué los que viven lejos agarran este tren?
– Porque sí, Miguel. «Porque sí»
En ese preciso instante, un frenazo más violento e inesperado que los que nos acostumbran regalar los gentiles operadores del Metro, me sacudió de golpe. Pero el parao’ en seco vino a mí por la vía de las palabras de mi personita favorita:
– Papá, «porque sí» no es respuesta
Sé que muchas veces yo mismo le dije esas palabras a Miguel cuando requería mayor explicación sobre cualquier cosa, pero escucharlas a quemarropa y en medio de un montón de gente hostil y hostilizante, vacilándome la hora pico bajo el asfalto y los ojos de medio vagón sobre mí, resultó más que vergonzoso y dejó en evidencia la fragilidad de mi paciencia.
Después de las risas cómplices que el niño arrancó de algunos usuarios, me recompuse y asumí el error: “Tienes razón, hijo. «Porque sí», no es respuesta. Lo que pasa es que voy un poco incómodo y me estás haciendo muchas preguntas”.
Luego de media docena de preguntas más, Miguel entendió lo cansado que iba su padre y me soltó: “Bueno papá, mejor hablamos en la casa después que descanses ¿te parece?”.
La risa de los pasajeros me recordó los efectos sonoros de las malas series gringas con los que nos indican las partes supuestamente graciosas. Lo realmente gracioso fue que ese día nuevamente sentí que el chamo me enseñó otra cosa que me hace crecer como padre: No importa el lugar y el momento, no importa si lo esperas o no. Siempre nuestros hijos estarán preparados para nuestras explicaciones, es más, las necesitan. Por un asunto de ahorro de vergüenzas, rubores, incomodidades y paciencia, los que debemos prepararnos para ellos, somos nosotros.