Por: Iván Padilla Bravo
Quizá yo deba responder, antes, a qué aparato me refiero. Respondo: Me refiero al aparato de Estado, esa forma organizada para el sustento de la dominación de clase mediante el uso de la fuerza y, por extensión, también al aparato ideológico, forma organizada, generalmente de expresión privada, que ejerce la hegemonía o la reproducción de la dominación en el campo de la superestructura, según lo definió el marxista contemporáneo Louis Althusser (Los aparatos ideológicos de Estado).
Para Carlos Marx y los marxistas, en general, el Estado es concebido explícitamente como aparato represivo que permite a las clases dominantes asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la plusvalía en la producción y reproducción de los bienes materiales. En este sentido, el Estado es, ante todo, aparato de Estado o “fuerza de ejecución y de intervención represiva al servicio de las clases dominantes, en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado”.
Es sabido que Althusser va más allá y se adentra en otra expresión del aparato de Estado, que es el de ideológico. Allí destaca, esencialmente, lo relativo a las funciones formativas como son la religión, la educación formal en todas las áreas de la escolaridad, la familia, y los gremios en artes y ciencias. Tal vez podemos observar hoy que, en su clasificación, el filósofo francés olvidó incluir dentro de esa misma categoría a los partidos políticos (incluyendo los marxistas y de izquierda, en general), aunque pudiesen inferirlo quienes alguna vez leyeron su libro (escrito desde su militancia) Ce qui ne peut plus dure dan le Parti Comunist ( y que yo traduje como “Lo insoportable en el Partido Comunista”, durante mi estadía como preso político revolucionario en el Cuartel San Carlos de Caracas, con prólogo de Rigoberto Lanz).
La verdad es que supe muy temprano (aunque eso no agrega ningún mérito a mi apreciación teórica) que nuestros partidos son aparatos ideológicos que forman parte de la misma estructura del poder del capital aunque en apariencia la critiquen. Dicho de otro modo, nuestros partidos, al igual que cualquier grupo confesional, religión o lo que sea, critican a los aparatos de Estado burgués sin conseguir observarse a sí mismos como aparatos ideológicos.
Una vez que alguna organización política accede a cuotas de poder dentro del Estado (que es Estado capitalista: no existe Estado socialista, aunque en algunos países, como Venezuela, se pugna por transformar el Estado tradicional, de represión y consenso, para acercarlo a un espacio administrativo basado en un principio auténtico de igualdad y democracia popular) pareciera que le resulta inevitable convertirse en correa de transmisión de las ideas dominantes. De allí que algunos de sus “dirigentes” lleguen a intentar mandar o imponerle a sus aparentes subordinados, que “se suiciden, lanzándose desde las torres del Centro Simón Bolívar”, cuando no hay manera abierta de someterlos.
Saltatalanqueras, bachaqueros y otros especímenes de la llamada “clase media”
Cuando uno observa que desde los sectores más oprimidos de la sociedad comienzan a aparecer ladrones o “cobradores de peaje” que asaltan a sus pares en el barrio, a la conclusión que se debe llegar es a que ellos son reproductores del robo descarado que hacen los explotadores contra los explotados, en la esfera donde se producen los bienes materiales. La lógica debería convocar a que un pobre robe a un rico y no a otro pobre y vecino de barrio, como él.
Un saltatalanquera que, desde un partido de izquierda, se cambia para uno de derecha, sin dudas que está haciendo lo mismo que el choro descrito en el párrafo anterior. La inconsistencia de su conciencia que debería ser proletaria o estar adscrita a las causas revolucionarias, le lleva a refugiarse en la ideología de la clase dominante.
Un bachaquero que entra en la esfera de la circulación adquiriendo productos para su venta en el mercado, a precios especulativos o de robo descarado, por supuesto que está aplicando la misma medida de la que ha sido víctima, sólo que lo hace contra sus iguales, lo cual es absolutamente inconcebible. El bachaquero, como el saltatalanquera o el choro de barrio, no afecta a los ricos, no afecta los intereses de clase de los dominadores, sino que los reproduce.
El torturado, como víctima de la sociedad opresora y de su Estado represivo, que luego vive desesperado por torturar a quienes aborrece o por quienes siente envidia, es también un reproductor de los esquemas de dominación en la sociedad capitalista pero desde los aparatos ideológicos a los que se subordina.
Pareciera un solo callejón sin salida. En realidad es un reto para acabar con el Estado, con todo Estado y sus aparatos.
Ilustración: Xulio Formoso