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Piel calabacín, boca serpiente

Una mujer no debe ser nunca un calabacín
no debe dejar que el mundo gire detrás de la
ventana
mirar su lado del vidrio
querer asomarse
y solamente querer
no debe ser un calabacín sobre la mesa
mientras afuera oye el estrépito
de una cosa que sucede
una mujer debe ser una mujer
tumbar la puerta y perderse contra el tumulto
abrir la boca
nacer de sí misma serpiente contra el fantoche
nacer montaña o precipicio
poema o grosería
pero no debe ser nunca
un calabacín sobe la mesa

Nunca un calabacín
Yanuva León

No nací para ocupar un espacio y nada más.
Ignoro cuál será mi participación.
Me tocó ser mujer y no me quejo,
me tocó caer en la humedad del tiempo,
en la inhóspita sequedad de los caminos
pero aquí me quedo
entre escombros y desperdicios.
Destruyan mi epidermis resentida,
despedacen mis sueños, mi alegría,
aniquílenme
mas no pretendan sancionarme
porque un día aparecí sobre la tierra
y tuve voz y grité
y tuve fronteras y no quise despertar sin ellas
y tuve armas y allí están
perfiladas, inmóviles, ariscas.

Lydda Franco Farías

 

A veces una se siente un calabacín abandonado. Un adorno sobre la mesa que nadie ve, y así, con el paso de los días, empiezan a salir manchas marrones que van ennegreciéndose. La piel verde se pone amarillenta, el cuerpo empieza a doblarse, arrugarse y ablandarse. Y, justo antes de la putrefacción, queda una especie de feto verde-amarillento aguado, invisible, inamovible, irrevivible.

Sí. A veces las mujeres somos, nos hacen sentir, nos convencemos, de que somos un calabacín. A veces podrido, a veces en la máxima belleza de su madurez: verdecito, brillante, pulcro, profiláctico. A veces.

Yo he sido calabacín y he sido mujer, he gritado a viva voz y me he quedado mortalmente callada, me he sentido viva, viva, muy viva, y me he sentido aniquilada,
también.

He aprendido y he reaprendido, me, me he reaprendido, me he desecho y me he vuelto hacer, me he visto a mi misma fuera de mi misma, me he descubierto y me he reasegurado,
mujer de piel negra, mujer pobre, mujer de ojos vivos, mujer de pies llanos y descalzos, mujer de manos fuertes,
mujer de boca dulce y lengua punzante.

En pocos años esta mujer se ha visto en otras mujeres tantas veces y se ha regresado a sí misma con nuevas cosas y se ha vaciado de tantas otras. Esta mujer se ha sentido en tantas otras y se ha sentido tanto dentro, en, sí misma que es capaz de ser calabacín y de ser mujer viva,
al mismo tiempo.

Esta, esta, esta, se reconoce el dolor de las amígdalas cuando el grito desaforado no ha salido a tiempo y está atrapado atragantado asomado y se sacude vertiginoso casi epiléptico lleno de energía muerto en vida por no poder salir hasta que el estómago se aprieta el corazón late con fuerza y la boca se abre sí como serpiente y sale, sale, sale ese grito histórico, antiguo, envejecido, sí.

Ese dolor se siente en esta garganta como se siente en las otras, y este corazón se late acelerado como se late en las otras,  y estos pies caminan y se acalambran como se acalambran los otros porque este cuerpo mío oprimido pateado callado pero nunca aniquilado es el mismo que las otras, sí, en toda su diversidad pero ahora con una boca con gasolina y manos con fósforos que lo prenden fuego todo.

Arderán las lenguas como arderá la palabra pero nunca, nunca, nunca más los cuerpos nuestros que ahora se saben mujer se sienten mujer se mueven mujer se ríen mujer se lloran mujer y con esos pies descalzos pisan la tierra fértil que con estas manos siembran y dejan crecer todo lo que somos y todo lo que nunca fuimos
a pesar
del ojo del blanco asesino.

Nosotras no somos suyas, nosotras nos somos nuestras y ahora más nuestras que nunca
así como yo soy mía pero también calabacín aunque eso lo voy desaprendiendo pero alguito de verde  calabacín me queda pero de boca serpiente,
también
tengo bastante.
Boca serpiente boca mujer piel calabacín que pelea pelea pelea por no serse vegetal sino serse vida mujer,
pueblo mujer.

A veces cuando siento el pueblo dentro de mi me cosquillean las palmas de las manos y me late fuerte el corazón zon zon y los pies se me mueven solos al ritmo del tambor y los ojos se me ponen brillantes ávidos de emoción
A veces cuando siento el pueblo dentro se me arruga el pecho y me vibra el cuerpo
de resistencia y de amor
y de ganas, tantas ganas de vivir
vivir como mujer
que soy somos.

A veces
cuando leo salen por mi boca las voces de quienes antes he leído 
de todas las que me han leído y a través de sus bocas ha salido esa voz que me enseña que me reconoce que me aprende.
A veces tiemblan las páginas de los poemarios y los libros y las historias
cuando una mujer lee cuando una mujer cuenta cuando mujer habla
y salen por su boca las voces las tantas voces de otras mujeres
que siguen vivas
en nosotras.

A todas.
gracias por tanto.

Ilustraciones: Caroline Maniere

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