“Nunca empieces una pelea, pero si otro la empieza defiéndete”, esa es la frase que por estos días he repetido a Miguel tras un par de incidentes que han incluido intercambio de golpes y empujones con otros niños. La frase me ha costado desencuentros con otros padres y sus maestros, que justamente han pillado a Miguel ejerciendo su legítimo derecho a la defensa. “Mi papá me dijo que me defendiera y él (otro niño) empezó”, decía mi peque en su favor.
No tengo la culpa que el chamo tenga la manito pesada (más no suelta), pero es política de este servidor no intervenir en asuntos de niños a menos que la situación se vaya a mayores, y creo firmemente que los padres debemos alentar a que nuestros hijos aprendan a desenvolverse sin mucha ayuda y que para ello utilicen las herramientas que la vida va poniendo en sus caminos. Para pulir ese camino, estamos nosotros.
Si las peleas entre adultos son comunes, las de un niño que está formando su carácter y su forma de relacionarse con otros, mucho más. Utilizando las riñas, las discusiones y hasta los golpes, los niños aprenden buena parte de sus habilidades sociales, por ello es normal que un niño pelee para resolver sus problemas y de esa forma adquiera herramientas para las relaciones humanas que mantendrán por el resto de sus vidas.
Eso no quiere decir que les vamos a incitar a la violencia o que siempre nos vamos a hacer de la vista gorda cuando nuestros chamos se peleen con otros. Se trata de una NO injerencia controlada, es decir, que nos mantengamos vigilantes y atentos a lo que ellos están experimentando, conocer las razones por las que pelean, con quién lo hacen y qué les hace reaccionar de una u otra manera.
Lo primero que debemos tener en cuenta para hacer esa evaluación, es que nosotros somos su modelo a copiar, y que ellos van a emular nuestras conductas para formar su personalidad. Si bien el entorno hará el resto, es vital la imagen que proyectemos sobre nuestros hijos para moldear sus conductas.
¿Cuándo intervenir?
No se trata de tener superpoderes o ser ducho en las artes de la magia, pero hay que desarrollar alguna especie de sexto sentido o al menos una noción de oportunidad para saber cuándo intervenir en las peleas entre niños. Repito que no se trata de instalarse frente a ellos con unas cotufas en la mano para ver una suerte sádica de boxeo infantil, sino de ser un observador atento y un árbitro oportuno.
Por ejemplo, si dos niños se pelean por un juguete ¿de quién es el problema?¿suyo o de los niños? Si tu respuesta es: de los niños, entonces déjelos intentar resolver el conflicto con las herramientas que tú le has dado. Si tu respuesta es que el problema es tuyo, realmente tienes un problema que no es exactamente el del conflicto por el juguete. Por supuesto que no vas a permitir que se vayan a las manos sin ningún tipo de límite, pero tu intervención debe ser para impartir justicia y aleccionar con tus veredictos.
Los maestros seguramente van a llamarte porque tu hijo se peleó en el colegio, cosa muy normal, pero debemos dirigir nuestra atención hacia el rol que en esas peleas juega nuestro muchacho. ¿Es quien golpea o es quien recibe? Si tu hijo golpea a otros niños constantemente, debemos revisar los niveles de violencia que está viendo en casa, y no me refiero solamente a la televisión o la internet. No vamos a ganar mucho castigando sus acciones si no revisamos el fondo de la situación, lo que está generando esos niveles de agresividad. Si este es el caso, conversa a diario con el chamo y enséñale que con la violencia no se consigue nada más que el rechazo de muchos.
Si tu hijo es la víctima, habla con la maestra e investiga en tu hijo el problema que le hace cumplir ese rol. Tienes que intervenir en este caso porque el niño la debe estar pasando terrible, pero tu intervención no debe ser para escucharlo y entender qué es lo que le pasa para que no se sienta solo y perciba tu apoyo. Como ninguna previsión está de más, culminemos donde comenzamos: enséñale a defenderse.