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Fiebre ¿aliada o enemiga?

La fiebre es sin duda el principal síntoma y motivo de consulta en la edad pediátrica. Se define como la elevación de la temperatura corporal por encima de 38°C en menores de 3 meses y de 38,5°C en mayores, como respuesta del organismo a la presencia de sustancias o agentes llamado “pirógenos” que generen esta reacción.

El cuerpo humano busca de manera natural atacar o controlar cualquier presencia extraña, por lo que al detectarla se inician mecanismos de aumento de la temperatura, como los escalofríos por ejemplo, para que a través del calor, los elementos indeseados: virus, bacterias, células cancerígenas, tóxicos, etc,  desaparezcan. Por lo tanto la fiebre es un simple mecanismo de defensa y alerta ante algo que invade o agrede nuestro equilibrio. Debemos perderle el miedo a la fiebre, ya que no es más que un signo clínico de que el cuerpo responde ante una agresión.

Pero entonces, ¿por qué buscamos desesperadamente bajar la temperatura? Básicamente por 2 razones, la primera porque esas sustancias que originan la elevación de la temperatura también generan otros síntomas molestos como dolor (de cabeza, músculos, articulaciones…) nos hacen sentir débiles y decaídos, sin apetito (precisamente para buscar reposo voluntario mientras luchamos con el agresor) y la segunda, específicamente en el caso de los pacientes pediátricos menores de 5 años, porque puede desencadenar las temidas convulsiones febriles. Este cuadro no es más que una especie de cortocircuito de la función eléctrica del cerebro cuando los cambios de temperatura (elevación) son bruscos; se debe a inmadurez del sistema nervioso y a pesar de ser un cuadro benigno, es muy angustiante para los padres.

Las convulsiones febriles generalmente se presentan en niños con antecedentes familiares positivos (hermanos, primos, padres) y son más frecuentes entre los 18 y 24 meses de edad, aunque pueden presentarse hasta los 5 años. No suponen ningún daño neurológico, ni dejan secuelas. La mayoría repiten y es por eso que se les advierte a los padres sobre este riesgo y las medidas médicas y físicas (baño, ropa ligera) para evitar que la fiebre se eleve ante un cuadro infeccioso, especialmente las primeras 48 horas, que es el tiempo más susceptible para que se desencadenen las crisis. Siempre es importante consultar a su pediatra de confianza para asegurarse del diagnóstico y recibir la orientación necesaria e individual en cada caso.

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