La verdad debe decirse. Cerca de las 6:00 de la mañana y todavía está oscuro. Subo a la línea uno del Metro, para hacer recorrido de cinco estaciones con dirección al oeste de la ciudad de Caracas. En el trayecto ya han subido a los vagones, al menos, un par de mugrientos pedigüeños que atajan sus bostezos y legañas pero se atreven a pronunciar palabras similares: “Buenos días, Venezuela”… “Vamos familia, con la buena educación por delante: ¡Buenos días! ¡Buenos días!”. Casi nadie responde. Desde los asientos alguno que otro mascullar de palabras y la atención al discurso, al “la verdad”, al mensaje que traen esos madrugadores “mensajeros”, que declaran –por separado- haber dormido en la calle, ya que no tienen donde pernotar, desde que llegaron de sus entidades “en busca de trabajo”, “de ayuda”, “de alimentos”, “de medicamentos”, que declaran no conseguir y “no voy a ir a robar”, “prefiero pedir aunque me da mucha vergüenza”.
Al final del día, los fatigados “trabajadores de la comunicación”, los agentes entrenados (la mayoría no recibe entrenamiento ni pago adicional, aprenden la técnica, los códigos y el tono, en las mismas calles, con sus pares) para el ejercicio, ya centenario, de la metodología del four minutes men, cuentan sus ingresos por transmitir un mensaje que, en la mayoría de los casos, no saben que contiene una explosiva carga contrarrevolucionaria que pretende hacer estallar a Venezuela, deponer su gobierno, acabar con todas las esperanzas que se afianzaron con el Comandante Chávez y la Revolución Bolivariana. Acabar con el socialismo, su proliferación por Nuestramérica y el mundo.
Han recabado bastante dinero. Más del que ganarían como peones de fábricas o labriegos. Es su “paga” por la tarea comunicacional que han emprendido. Son vectores de transmisión de los mensajes de la desesperanza, de la derrota, del caos, del no hay arroz, azúcar ni harina de hacer arepas. Del “no hay medicinas” y “en los hospitales no me atienden”. Del “Bolívar (no sólo la moneda, también el Libertador) no vale nada”, de la queja hacia el sistema de transporte Metro (no sólo trenes, metrobuses, metrocables y ferrocarriles, sino Maduro, nuestro presidente obrero, exconductor de ese sistema). “¡Nada sirve!”, en lo real ni en lo simbólico, es el mensaje que nos comunican los harapientos “periodistas” diseñados para completar la guerra mediática, que parece inteligentemente articulada con ellos, que no se agota en medios convencionales, como la radio y la televisión ni en las, cada vez más interminablemente “novedosas” redes sociales.
Varias veces al día subo al Metro. Línea dos y lo mismo, línea tres y lo mismo, ferrocarril de Cua y hasta peorcito, varias rutas de Metrobús y mira que los hay, comunicadores de esos… ¡los hay! también. Últimamente le ha salido una “competencia” a esa “verdad” de calle que anda propagándose y agitando por allí, pero de manera institucional.
Los de la derecha, los tutelados y entrenados en organismos como el Pentágono o la NSA, gringos, parecen comunistas, de los leninistas, de esos que saben la importancia de la propaganda y la agitación en todas las confrontaciones de clases.
De nuestro lado, de los rebeldes antiimperialistas del siglo XIX, hasta Francisco de Miranda y Simón Bolívar lo aprendieron muchos años antes de que Lenin apareciera en el espectro histórico. El uno montó una imprenta como “pertrecho de guerra” en uno de los barcos donde regresaba a su patria para contribuir a hacerla independiente. El otro crearía, en plena Batalla de Carabobo, el impreso Correo del Orinoco. No con otros propósitos sino los de la propaganda y la agitación, para librar la batalla simbólica, mediática, junto a la de sables y pólvora libertarias, desplegaron una “artillería del pensamiento” por calles y campos de batallas.
Nosotras y nosotros, por acá, pareciera que no lo terminamos de entender. Y uno de nuestros estrategas coloca al aire –fundamentalmente en los andenes, gracias al dios de los silencios- una emisora de radio, concebida para el espectro radioeléctrico de frecuencia modulada (FM) “tradicional”, sin tomar en cuenta que la audiencia, de paso efímero por andenes y vagones del servicio Metro, no acude allí para escuchar radio. Y, mucho menos emisoras que transmiten interminables discursos que nadie escucha, en esas circunstancias. Les protesta, despotrica de ellos, de quienes lo emiten.
Si queremos recuperar la esencia revolucionaria de la verdad. Si nos proponemos vencer la mediática que hegemónicamente nos contamina con su perversa y mentirosa “verdad”, es necesario que revisemos lo que tenemos y lo que hacemos.
En 2002 –cuando el golpe de Estado contra Chávez- el pueblo venezolano nos enseñó la eficacia y eficiencia de “radio bemba” y de las emisoras comunitarias. Pero, ¿cuál fue nuestra acción tras ese “aprendizaje”? Pues, proliferar de emisoras, llamadas comunitarias o alternativas, todo el espectro radioeléctrico. Como si el asunto fuese de cantidad y no de calidad. Cómo si el asunto fuese de discursos sin alma, sin conciencia de clase, sin entretenimiento, sin propaganda (de nuestra cosmovisión y valores, expresados con buena estética) y sin agitación.
Ahora descubrimos las nuevas tecnologías, los soportes más avanzados y las llamadas “redes sociales” y corremos a pensar que el asunto está en tener el smartphon más moderno y no la estrategia más acertada y auténticamente revolucionaria.
De verdad es urgente revisar lo que tenemos, lo que somos por lo que fuimos, y, lo que queremos. Porque, como afirmamos al comienzo de esta nota: La verdad debe decirse. Pero, no olvidemos que está comprobado (Afganistán, Libia, Irak, Siria, Honduras, entre otros) que “la verdad” puede inventarse. Creo que lo que parece ausente, entre tan abundantes respuestas a este tema, es la conciencia de clase. Lo que falta es la claridad de fines y el horizonte boceteado por el Comandante Chávez, de la Patria socialista.
Ilustración : Xulio Formoso