Los manuales de autoayuda y los miles de libros que venden a pesar de su dudosa calidad y resultados, impusieron el término tóxico para llamar a ciertas personas que, según esas publicaciones, merecen nuestro desprecio, nuestro rechazo y son candidatas a convertirlas en el depósito de todas nuestras frustraciones. Dentro de estas fatales y peligrosas calificaciones surge una que nos atañe en los temas que abordamos en nuestra entrega semanal: los padres tóxicos.
La clasificación denomina al mismo tipo de personas llamadas “tóxicas”, pero le anteponen el título de padres (o madres). Los llamados “padres tóxicos” vendrían siendo una especie de seres desalmados inmerecedores de paternidad, a los que califican de narcisistas, egoístas, manipuladores y agresivos. En fin, para la industria de la autoayuda, un padre tóxico es casi un postulado a perder la custodia de sus hijos.
Si las cosas fueran tan sencillas como las pintan estos “sesudos analistas”, la humanidad entera debe ser clasificada y tratada como ellos recomiendan, con sus principios, juicios de valor y condenas. Por fortuna el mundo no es tan cuadrado como estos ideólogos del desastre que viven gracias a la sumatoria de traumas que le agregan a una sociedad saturada de traumas.
No hay duda de que hay padres disfuncionales, que por falta de orientación y bastante afecto, entendieron que los hijos se crían como las verdolagas y al estilo del “como vaya viniendo, vamos viendo”. Pero ello no justifica que etiquetemos y juzguemos a ningún ser humano por equivocarse al momento de ejercer la paternidad. Nadie tiene la autoridad de imponer un único estilo de criar muchachos en nuestra caótica sociedad.
Lo que sí es justo y necesario, es un tema que hemos venido planteando en columnas anteriores: las escuelas de padres. América latina es una de las regiones del mundo con mayor embarazo adolescente, o embarazo temprano, lo cual dificulta que un niño que recién acaba de soltar sus juguetes, sepa la responsabilidad que implica la paternidad. Las escuelas de padres, orientadas por miembros de distintas áreas de la sociedad (Estado, iglesia, centros educativos e investigativos, sociólogos y otros afines), deben ser instauradas para dar con la solución de un problema que sigue creciendo en la región. Guardarlo bajo la alfombra o taparlo con argumentos moralistas, no lo va a resolver.
Padres disfuncionales
Catalogar a alguien de tóxico, tenga los errores que tenga, es un insulto que expone al escarnio público a quien lo recibe, por tanto es una agresión. Y quizá estén de acuerdo con nosotros en que agredir a quien es agresivo es algo así como el ojo por ojo, del que Gandhi diría que equivale a dejar el mundo ciego.
Claro que hay gente egoísta, con empatía nula, manipuladora y agresiva. Hay mucha gente cruel, que le gusta humillar a otros y disfrutan de la crítica destructiva. Invariablemente muchas de estas personas, a las que los jueces que nombramos arriba declaran tóxicas, serán padres y madres.
Pero volvemos sobre la misma idea: un padre no nace, un padre se hace. Para hacer esta diferencia no basta con procrear y darle larga vida a la descendencia, que eso lo hace cualquiera. Ser padre parte del mismo concepto de querer serlo, lo que implica todas las responsabilidades que conlleva, sostener (y ayudar a sostener) la familia, levantar al que se cae y respaldar al que triunfa, pero sobre todo estar dispuesto a dejarse moldear por la experiencia para constituir un mejor ser humano.
Un padre no alcanzará disfrutar a plenitud su rol si continúa atado a los comportamientos individualistas ligados a la juventud y la soltería. Se trata de moldear la personalidad de un ser que depende netamente de uno y dejarse moldear por ellos. Harán falta muchas orientaciones que seguramente buscaremos en quienes más confianza nos generen, como nuestros padres o abuelos, pero también hace falta la experiencia de aprender ¿para qué queremos ser padres? ¿qué consecuencias trae a nuestra vida? ¿qué estamos dispuestos a cambiar o sacrificar? ¿cuánto deseamos crecer para que nuestros hijos crezcan aún más?
Cuando tengamos las respuestas a estas y otras preguntas, tal vez hayamos encontrado el primer adoquín del camino que nos llevará a ser buenos padres. Sin un porqué, no tiene sentido nada en la vida.