«¿Orgullosos de qué?», «¿Es realmente necesario celebrar un Día del Orgullo?», «¿Por qué no se celebra un Día del Orgullo hetero?». Las preguntas que a veces hacen las personas yo no las entiendo y espero que con algunos señalamientos que realizaré en esta entrada sirvan de aprendizaje o, al menos, instruyan a quienes consideran que el Día del Orgullo no es necesario.
Quiero comenzar por una concepción que es ampliamente criticada y cuestionada. Que si el Día del Orgullo es un carnaval, un circo o cualquier otro significado. Y, aunque en algún momento yo he realizado comentarios como esos, no significa que la comunidad de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales no tenga motivos para salir a la calle y exigir, como exigen las pequeñas minorías, lo que por ley debería corresponder.
Personalmente, nunca había tenido ninguna experiencia de discriminación ni agresión por el hecho de ser gay, hasta en noches pasadas, cuando estaba en una discoteca «hetero» ubicada en Las Mercedes, en Caracas, con dos amigas y un amigo, con quien comencé a bailar tranquilamente porque no había nada que temer y, muchísimo menos, nada que ocultar. Hasta que la diversión, en cierta parte, se tornó tensión.
En un momento de alcohol y la buena música, un tipo, que hasta ahora no tengo claro si trabajaba o no en ese lugar llamado ‘El Teatro Bar’, le pidió a una de mis amigas que nos separara para «para mejorar la imagen del local». Ya antes nuestra otra amiga detuvo su baile para avisarnos que nos estaban viendo mucho, que tuviéramos cuidado porque nos podían golpear, todo justo a unos escasos metros de un cartel que decía que en ese lugar estaba prohibida la discriminación por orientación sexual.
No me dejé llevar por el alarmismo ni por la preocupación y seguí bailando con mi amigo. Las miradas de algunos curiosos, entonces, pudieron ser por dos cosas: la naturalidad con la que dos hombres abiertamente homosexuales bailaban en una discoteca «hetero» o, por el contrario, su escándalo interno porque simplemente bailábamos sin importarnos lo que pudieran decir. Un hecho, dos posibles.
Parece simple, ¿verdad? Ciertamente. Pero ¿qué tanto podría cambiar la situación si les cuento acerca de un gay que se lanzó por la ventana de su edificio porque no aguantaba la presión, inclusive, de su propia familia? Esto sí es fuerte. Comencé por una experiencia personal aparentemente sin muchas complicaciones y luego toqué otra ajena que parece ser dolorosa.
Bueno, parece ser no, es dolorosa porque hay miles que ni siquiera terminan de conocerse ni aceptarse y nosotros somos tan solo un pequeño reflejo de los cientos de historias y las miles de realidades que tenemos que atravesar o enfrentar quienes somos parte de la comunidad LGBT.
Entonces, ¿por qué celebrar el Día del Orgullo?
Porque hay miradas amenazantes cuando bailas, besas o abrazas a alguien de tu mismo sexo; porque hay quienes están dispuestos a dejarte marcas en tu cuerpo porque no toleran el amor diverso de los demás; porque hay quienes deciden acabar con su vida de cualquier forma por no sentirse conformes consigo mismos, por no sentirse verdaderamente libres, por sentirse culpables.
Porque a los homosexuales ninguna religión los respeta. O como dicen los religiosos: «sí los respetamos, pero eso no está permitido en las leyes de Dios» y, en otras palabras, te dicen que será él mismo quien te mande al infierno; porque hay una sociedad que aún no permite que tengas hijos porque su educación será aberrada, como si el puro amor no fuera suficiente motor para poder casarte y conformar una familia; porque ante la ley aún los gays y aún más los transexuales son marginados y las desigualdades son incalculables; porque aún hay quienes nos ven como unos enfermos mentales. Todo esto parece poco, ¿pero sí es suficiente para comprender?
El 28 de junio no fue una fecha al azar y es, precisamente, el Día del Orgullo por una serie de hechos que ocurrieron en 1969 en el Stonewall Inn (Nueva York, Estados Unidos), uno de los pocos locales nocturnos de ambiente, y que marcaron el inicio de lo que sería la lucha por el reconocimiento de los derechos de las personas homosexuales ante la sociedad y las leyes. Es aquí en donde surge un poco la polémica y retomo aquello que mencioné anteriormente, que algunos casos me refería a esta celebración como un «carnaval» o «circo».
Pero no es porque yo me la tire de hetero, ni es porque sea homofóbico ni mucho menos endofóbico, como dicen algunos. Lo que he querido referir y siempre trato de hacer es que el verdadero sentido de «lucha por los derechos» desapareció casi en su totalidad de las marchas que comúnmente se suelen hacer para recordar ese día.
La gente tiene derecho a ir como quiera, claro está; a ser como quiera, claro está; pero todo esto va sujeto a un «faranduleo» porque en la marcha se vacila, la música es rica, uno bebe alcohol y también mariquea con los panas. Entonces esta realidad se mezcla con esa realidad de los que, ciertamente, hacen todo lo posible por lograr reconocimientos legales y paridad de leyes que reconozcan a la comunidad LGBT.
Nunca he ido a una marcha del Orgullo por eso mismo, porque carece de sentido, porque la situación -considero- va mucho más allá de ir por las calles de la ciudad para que los demás «se den cuenta» de que sí hay maricos. Ellos saben que hay maricos, siempre lo han sabido, los ven a diario. Y espero que la palabra «marico», que por cierto ya he usado en otras entradas, no encienda alarmas en ningunos. Los avances logrados en otros países no son precisamente porque la comunidad LGBT espera un día al año para hacerse notar, y con esto no quiero menospreciar las luchas de algunos grupos.
Retomando entonces lo ocurrido en 1969, e intentando resumir, la madrugada del 28 de junio representó y evidenció la persecución, hostigamiento y la agresión de las que eran víctimas los homosexuales. Una redada fue el detonante. Y la comunidad sexodiversa respondió con manifestaciones que se prolongaron por varios días para hacer frente al sistema que los reprimía. Desde entonces, en cientos de ciudades del mundo se hace eco del día en el que nació el Día del Orgullo.
En algunas veces me habían invitado a ir a la marcha del Orgullo y les he preguntado si saben porqué se realiza y no saben. No saben qué piden, qué quieren y si realmente están luchando. Las marchas del Orgullo deben reivindicar la exigencia del reconocimiento de los derechos de la comunidad LGBT y el respeto a la sexodiversidad, porque nadie tiene derecho a decirnos cómo ni con quién estar ni mucho menos tienen derecho a cercar ni condicionar nuestras ganas de amar a alguien.
Por ello mi planteamiento, porque oportunidades tan grandes como la marcha se convierten en un par de fotografías y algunas notas en la prensa. Porque son las minorías las que tienen que luchar en voz alta. Y sigue siendo injusto que algunas personas, a estas alturas, aún te señalen. Por eso.
Por un beso.