Nuestras artes visuales, igual que otras disciplinas como la historia, las ciencias, la política, por no decir todos nuestros mecanismos culturales han estado y siguen embadurnados de una visión colonial. Esta afirmación no tiene nada de extraordinario. Pero en estos momentos se hace necesario reafirmarlo con ánimo de tenerlo presente y seguir avanzando por los complicados caminos de repensar nuestra propia historia como pueblo. Hoy soplan aires de descolonización, se ha conformado desde hace unos cuantos años ya, un pensamiento propio de nuestros pueblos que ha ido ganando terreno en algunos espacios académicos e intelectuales y que ha asumido la titánica tarea de vernos y entendernos con nuestros propios ojos y no con los ojos coloniales heredados de Europa y de otros centros de poder.
La lectura de nuestra historia artística, y particularmente de la artes visuales no escapa del relato colonizado, es decir es narrada en relación a la historia de las artes europeas, mostrando y estudiando esta manifestación sobre esquemas interpretativos y categorías socio históricas llegadas de allá. Esta historia nos coloca, como es de esperar como unos desangelados segundones que seguimos tardíamente los influjos estilísticos y conceptuales que han emanado de las luminosas metrópolis. En todos los esquemas educativos se repite este enfoque de la historia. Edad media, renacimiento, barroco, neoclásico, impresionistas y después las vanguardias que se atomizaron en los períodos entre guerras y en los huracanes propios de Europa. Estos esquemas están tan internalizados en nosotros que a nadie se le ocurre cuestionarlos o proponer otros que estén basados sobre otros paradigmas. No es tarea sencilla.
La academia o los espacios de educación formal, la institucionalidad cultural pública, las instancias de investigación, y los mismos creadores se han encargado de apuntalar la visión colonizada. Este mecanismo está implantado de una manera integral sobre todos los funcionamientos semióticos, conceptuales, perceptivos, emocionales, intelectuales y cognoscitivos, que es parte integral de nuestro paisaje y se hace invisible. Y es que el eurocentrismo en su relato estafador ha hecho hasta en el campo de las ciencias, un campo donde las cosas se demuestran “científicamente” una tribuna de sus manipulaciones y de sus historias tramposas. Todo esto con afán de dominación. Desde el concepto de que el norte queda arriba y el sur abajo se armaron las conveniencias para que termináramos justificando los mecanismos de dominación y de subordinación cultural.
Revertir esta colonialidad espiritual no es cosa fácil. La crítica y la reconstrucción comienzan dentro de uno mismo, y mientras ese pensamiento tenga como aliados a los legitimadores de la verdad, llámese universidades, museos, institucionalidad pública cultural y demás mecanismos constituidos, la tarea será un poco más compleja, pero vale la pena la batalla. Estos aires de descolonización soplan vigorosos, ojalá no se trastoquen ni se conviertan en una nueva ortodoxia, ni en una nueva interpretación sectaria y excluyente, sino que nos enseñen por fin a vernos a nosotros mismos desde el maravilloso papel de protagonistas de nuestra propia historia.