Código de ética de los artistas de Bakala

Los artistas de Bakala no se hacen llamar artistas, ni en su lengua existe un vocablo parecido. Son personas que se encargan de despertar a las demás cuando caen en el sopor de la cotidianidad. Con bailes y coloridas figuras pintadas en el frente de las casas, traen tambores y danzas alegres para despertar al que ha perdido la voluntad y el sentido hermoso de vida.

Cualquiera puede ejercer el oficio de despertador de aletargados. No es que alguien se encargue especialmente de ello, cualquiera puede danzar y pintar las gigantescas flores en los portales. Solo basta con que lo manifieste. Con el tiempo se acumula una experiencia particular que los demás valoran, y esto no se puede falsear. Los despertadores gozan de reconocimiento, y por supuesto también tienen detractores. A mucha gente no le gusta que le recuerden que andan aletargados.

De las prácticas de despertar a los aletargados quedan objetos hermosos que son muy apreciados por la comunidad. Algunos se intercambian por alimentos, otros los atesoran los mismos despertadores, otros son lanzados al río en ceremonias secretas. Algunos objetos han desaparecido y se dice en las plazas que se convierten en fetiches que van de mano en mano de los miembros de las élites dueñas de las tierras más extensas. Nadie entiende bien de qué se trata este tráfico perverso.

No hay valor ni un precio claro entre las pinturas, los bailes, las melodías ni las piedras talladas, pero nunca ha habido un litigio ni un desencuentro entre los despertadores de aletargados. Es difícil, sí, calcular o establecer un valor de intercambio. No se deja al azar, pero las piezas son dejadas al descuido en las plazas y quienes las necesitan las toman, siempre basados en la emoción y en el principio de no acumular más de lo necesario.

Todo lo que se necesita para hacer los objetos está al alcance de todos, pero el tiempo y la perserverancia van estableciendo costumbres y recurrencias que todos conocen. Nadie se guarda un secreto, sino que prefieren hacer y hacer, y de ese hacer surgen las diferencias. Y todos en la plaza se dan cuenta de quién hace más. Estos hacedores son más queridos.

Pero no todo es tan simple. Hay una contracorriente que adversa profundamente a los artistas de Bakala, despertadores de aletargados. Quema sus casas, borra sus pinturas, les quiebra las rodillas para que no puedan danzar. Esta contracorriente predica que la libre imaginación pervierte a todos, que la felicidad no sirve para acumular riquezas y tierras, pero no es esto lo que dicen a viva voz.

Cada cierto tiempo surge un despertador distinto de todos los otros. Nadie logra saber qué lo hace diferente. Sus flores son más hermosas, su danza es más hipnótica y logra despertar más aletargados. Así van pasando los ciclos en Bakala, cada cierto tiempo hay inundaciones y se pierden todas las pinturas. Cada cierto tiempo vienen los tiempos de aflicción y no hay cosechas. Pero los pintores y los bailadores vuelven una vez más a salir a la calle a hacer lo que tienen que hacer.

Bakala queda en el centro de la tierra, más allá de los ríos, más acá de las montañas, entre la verdad y la distopía. Quizá no existe, o sí, nadie sabe. Lo cierto es que el ser humano tiene la necesidad profunda de hacer y no detenerse, de imaginar y sanar, de danzar y pintar grandes flores. Nadie vive solo, todos vivimos en comunidad y compartimos sueños y memorias, utopías y amores.

Todas las sociedad humanas conocidas han tenido y tienen manifestacioens estéticas, imaginativas, sensibles. Estas manifestaciones van tejiendo un hermoso y complejo tramado de relaciones y valores, de formas y relatos. Y seguirá así. Nos toca ensayar posibilidades nuevas para entender al mundo, para entendernos.

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