A las 10:37 de la noche del pasado sábado 22 de septiembre la operadora del tren del que ingresaban y descendían usuarios y usuarias en la estación Capuchinos, anunció que la próxima parada (Maternidad), no prestaba servicio comercial. La inmediata reiteración a través del sistema interno despejó las dudas que al menos en mí, causó este primer llamado de alerta.
¿Cómo es la cosa? ¿por qué, si aún no son las once? ¿cómo me regreso desde Artigas que es la estación que viene luego, a esta hora y sin carros en la calle? ¿cómo hago con el chofer del carro que aparezca, si no tengo efectivo? ¿quién me salva de los malandros en la vía? fueron las preguntas que ipso facto me asaltaron mientras veía las puertas cerrarse y arrancar hacia lo que parecía el más gris de los destinos inmediatos.
Inexplicablemente, en Maternidad el tren se detuvo y más inexplicablemente aún las puertas se abrieron para que en cuestión de segundos me sintiera cual reo ante la libertad. Vencido el momento de duda, y bajo la amenaza del pitico del cierre, salté cual atleta que busca la medalla de oro ante la última valla en la pista. Ya en la escalera mecánica, un operador pasó a mi lado, raudo y diciéndose en voz muy baja: “Esta aguevoniá abrió las puertas”, lo que me hizo suponer que se refería a la choferesa del vehículo subterráneo.
Se encargó él mismo de abrir la puerta (sí: estaba cerrada), para nuestra salida del sistema, mientras comunicaba a quienes intentaban ingresar (con todo el derecho, pues, no eran las 11:00 pm) que no había servicio y obligándome a sumar otras interrogantes a las planteadas al inicio: ¿por qué eso no se informó cuando abordamos en Zona Rental? ¿cuándo se tomó la decisión? ¿se pensó en las niñas y niños que junto a sus representantes, quedarían expuestos al peligro real una estación antes o una después? ¿es usual esta práctica en horas nocturnas?
Allí dejo estas inquietudes, con el único espíritu de aportar algo a la recuperación del servicio.
¡Chávez vive…la lucha sigue!