Hace más de un año escribí una pequeña nota que titulé Otra vez el Metro me volvió a revocar, en ese momento estaba aquella intención de la Mesa de la Unidad Democrática en desarrollar un referendo revocatorio en contra del presidente Nicolás Maduro. Recuerdo que el 1 de septiembre de 2016, cuando la oposición realizó la llamada “Mamá de las marchas”, el Metro de Caracas cerró la mayoría de sus estaciones por motivos de “seguridad”. El gentío caminando, los autobuses con las cabezas y los brazos de las personas que sobresalían por las puertas y ventanas, el calor, las cornetas, los mototaxistas, los delincuentes pendientes de ver a quién iban a robar, la bulla, el estrés, los vendedores de agua, los pequeños grupos que aprovechaban los semáforos en rojo para expresar su descontento; en fin, ustedes, si son de Caracas, sabrán todo lo que significa que esté la ciudad un día, así sean unos minutos, sin el servicio del subterráneo.
La mejor parte, digo para ironizar, es cuando finalmente llegas a cualquiera de las estaciones que se encuentran abiertas y enfrentas todo el retraso que hay, de paso. Nuevamente el gentío acalorado esperando la llegada de un tren para un escenario de: Atención: ¡partida! Y entre golpes y unos que otros «coño, dejen salir”, poder entrar al tan deseado vagón. Sigue entonces que uno debe soportar el mal olor de los demás y el apretujeo que unos tantos aprovechan para el “recostón” y el escurridizo y escandaloso “buenas tardes, mi gente no, se coman las uñas, no deje’ que se te baje la tensión cómprate un dulcito, tenemos las chupetas X que son primahermanas de las chupetas Y”. El colmo.
Traje conmigo algo que sucedió hace más de un año porque resulta que este tipo de casos-caos se ha vuelto más que común. Los hechos irregulares se han vuelto tan reiterados que en la sociedad comenzamos a verlo con costumbre.
“Se les informa a los señores usuarios que el servicio en el sistema funciona con total normalidad”, dijo una de las operadoras por los altavoces para que la gran cantidad de personas que esperábamos impacientes en la estación Plaza Venezuela, y quienes constantemente mirábamos la hora, pudiéramos escuchar. Las quejas y los murmullos enseguida surgieron por ese cinismo que a veces tienen los mismos trabajadores del Metro de Caracas. ¿Guerra contra el pueblo?
Semanas pasadas realicé otra pequeña nota en donde cuestionaba todo el alarde mediante las redes sociales de la supuesta “recuperación” de los espacios del sistema. Lo que más se pudo ver es que en algunas estaciones pintaron unas que otras columnas y algunos espacios con colores pasteles, ¿para qué? ¿Para tapar el desastre en el que se convirtió el Metro de Caracas?, ¿como para que se vea «bonito»?, pero la realidad que se vive es otra, una realidad que no ve la directiva porque simplemente -y realmente- no la viven y, por lo tanto, todas esas palabrerías «pal pueblo» quedan completamente descartadas. Solo falsedad y no podría verlo de otra forma.
“Se les agradece a los señores usuarios permitir el cierre de las puertas, permita el cierre de las puertas; de lo contrario el tren no podrá iniciar el recorrido”. Si bien es cierto que esta acción genera más retraso, ¿qué actitud se puede esperar de los usuarios que tienen hasta 15 minutos esperando por un tren en el andén de cualquier estación? Es evidente que todos quieren llegar a sus destinos y que todos van a intentar abordar el próximo tren que arribe a la estación.
Entonces, ¿cómo van a pedirle a los usuarios que controlen una actitud que el mismo sistema y la mala administración está causando? ¿No es mejor adquirir la responsabilidad y el cumplimiento óptimo del servicio para poder exigirle a los usuarios? ¿Qué podemos esperar cuando son los mismos trabajadores que se encuentran en la caseta quienes no sobran ni siquiera el ticket mínimo del pasaje, que es de 4 bolívares?
Hay estaciones que son un completo abandono: llenas de basuras, el suelo asqueroso, con hediondez, pozos de agua, ratas, perros abandonados, filtraciones, sin aire acondicionado; realmente es una gran cantidad de situaciones que no se pueden permitir. Todo esto lo comento en base a mi propia experiencia, que no es “de vez en cuando”, es todos los días.
Es normal que a veces ocurran algunos inconvenientes o que surja una falla de manera inesperada, ¿pero que ocurra todos los días? No es normal y nosotros, como ciudadanos, estamos obligados a exigir el correcto funcionamiento de los servicios.
Hace poco subí a un vagón en donde fallaba el aire acondicionado y estaba oscuro casi en su totalidad, salvo dos lámparas que apenas destacaban las siluetas de la gente. No me parece justo, ni respetable. Hay que analizar, y retomo parte de lo que mencioné anteriormente, cómo estas situaciones influyen en la conducta de nosotros como ciudadanos, por más que muchos lo evitemos cientos de veces.
Contrasto todo este planteamiento desde el punto de vista de que en Venezuela se tiene que realizar un rescate de nuestra cultura y nuestros valores para volver a tener un país como el que teníamos y continuar con su mejoramiento. Es decir, un «reconstruirnos desde el Metro», que es uno de los lugares en donde realmente se ve cuán educada está la ciudadanía.
Otro aspecto que quiero resaltar y que quedó bastante rezagado -y de repente puede ser algo clave para que el Ministerio para la Cultura tome en consideración- es la inclusión de obras de arte en cada una de las estaciones que conforman el sistema. ¿Saben cuántas personas supieron quién fue Armando Reverón y qué significa para Venezuela? Me viene a la mente algunas palabras que expresó a los jóvenes venezolanos otro grande de nuestro arte, Carlos Cruz-Diez, en relación a la situación del país, en medio de la ola de protestas antigubernamentales que surgió durante el 2017.
«Hay que inventar la educación y crear un país de emprendedores, artistas e inventores, un país digno y soberano en el contexto global, en fin, en Venezuela hay que inventarlo todo ¡Qué maravilla!».
¿Por qué no le rendimos también un homenaje a él y a todos los grandes artistas, escritores, escultores, poetas, que nacieron en nuestro país repleto de gente talentosa para conservar entre estos rutinarios espacios la cultura que nos habita? ¿Se imaginan el cambio tan maravilloso que podría resultar? ¿Se imaginan realmente que esta sea una forma de comenzar con un nuevo proceso de culturización de nosotros, los ciudadanos?
Hace un tiempo conversé con una señora de unos 50 años, estaba recién operada del corazón y me comentaba que ella recuerda aquella época de oro -la verdadera época de oro- en la que el Metro de Caracas era un ejemplo a nivel mundial, algo totalmente diferente a lo que tenemos ahora. Me habló con añoranza de la amabilidad que tenían los trabajadores, de la educación de las personas, de la seguridad, del buen servicio, de las buenas condiciones, y hasta de lo rigurosidad con la que se hacían cumplir las normas. Yo, que no viví esa época, sentí añoranza también.
Ahora las personas hacen lo que quieren y esto va, también, en la degradación social y cultural por la que atraviesa el país, motivado por la crisis que vivimos. Eso sí, una cosa no justifica la otra: yo también vivo la crisis, pero no voy por las calles llevándome a todo el mundo.
Y si algo es muy cierto, es que costará muchísimo y se llevará mucho tiempo para que, así como aprendemos, también desprendamos de esas costumbres que de alguna forma, y a veces hasta sin querer, han comenzado a ser parte de nosotros.