Lo sé. En estos días es muy difícil evitar discusiones en el hogar. La situación del país, la subida de los precios de todo a diario, el estrés en la calle, el mal humor generalizado y ese sinsabor constante que produce no ver la luz al final del túnel. Todo eso que sentimos tiene, por obligación que buscar una vía de escape y casi siempre la termina pagando el más pendejo de la partida.
Que la palabra pendejo no defina a nuestros adorados hijos, pero la usamos para aclarar que son precisamente ellos los más inocentes de todos los conflictos que como adultos vivimos. Y es que aunque tratemos de alejarlos de los problemas y aislarlos de la perturbación cotidiana, ellos son las esponjitas más eficientes que tenemos en casa y lo absorben absolutamente todo.
No hay manera de que un niño no se entere, o al menos perciba que la cosa no va muy bien en casa, si sus padres discuten constantemente aunque no lo hagan en su presencia. Las energías se mueven en el entorno doméstico y tarde o temprano llegarán al conocimiento de los más pequeños. Para nada sugerimos que se prohíban las discusiones en casa, eso sería absurdo e imposible. Pero en familia deben encontrarse los caminos adecuados, y enseñarselos a los hijos, para la resolución satisfactoria de conflictos.
Un niño que vive en un hogar con desencuentros permanentes, tiene los mismos problemas psicológicos que los que vienen de hogares de padres separados, y tal vez éstos sean más graves por la exposición constante a las discusiones y peleas de éstos. La primera sensación que esos escenarios producen en los chamos, es la incertidumbre. Es la sensación de pánico, dentro de sus mentes, porque las cosas están mal en casa y ello hará que sus padres se separen. Es el miedo al desamparo, de ver que las personas que más admira, quiere e imita, rompen la paz del hogar y la armonía familiar, poniendo en riesgo la unión del vínculo afectivo.
A partir de allí, como es lógico, el niño empieza a presentar alteraciones de la conducta para llamar la atención. En ocasiones prefieren dirigir la causa de discusión a sí mismos para evitar que la situación se produzca entre sus padres. La naturaleza del niño es la fantasía, y es nuestro deber garantizar que esas fantasías no se llenen de cosas negativas, es decir, que fantaseen con la destrucción de su núcleo familiar y el consecuente abandono de alguno de sus padres, hecho del cual comienzan a culparse desde el propio momento de las discusiones.
Fuera del alcance de los niños
Sí, tal como dicen las recomendaciones de medicamentos y detergentes, las discusiones también hay que mantenerlas alejadas de los chamos. Pese a ello, los muchachos no son tontos y se dan cuenta debido a los cambios en el humor y la forma de tratarse entre sus padres, que algo va mal. Es preciso que en esos casos, les hagamos saber que la discusión no es por su culpa y explicarles que todo se va a solucionar.
Algo muy común que sucede cuando un niño se expone a una discusión en el hogar, es que se le empuja a tomar partido por una de las partes. ¡Daño garrafal! Los chamos deben quedar por fuera de toda diferencia que los padres tengan como pareja y por más desarrollado que esté el vínculo afectivo con una de las partes, debe evitarse a toda costa que el niño tome partido.
Es normal que los muchachos pregunten sobre los pormenores de una discusión entre sus padres, y nuestro deber es responderles. Explicarles que no todo el tiempo mamá y papá tienen que estar de acuerdo en todo, pero que la manera que tienen para resolver esas diferencias, es la conversación sana, respetuosa y constructiva. De ese modo les enseñamos que cuando tengan sus futuros conflictos, la vía para su solución no debe pasar por ningún camino violento.
Si los problemas en casa son incontrolables, una de las partes debe convencer a la otra de buscar ayuda profesional a tiempo, pues de esta forma estaremos ahorrando futuros traumas en la personalidad de nuestros hijos.