Que nadie me venga a decir que es un juego de niños. Que nadie nos tome por inocentes. Una cosa es descubrir la sexualidad y otra muy diferente es el acoso sexual que desde hace rato se está haciendo presente en escuelas y liceos. Ya acoso sexual es una palabra algo fuerte para hablar de niños, pero lamentablemente estamos asistiendo con espanto a eventos de violaciones infantiles, es decir, niños que violan o abusan sexualmente de otros niños.
No voy a caer en reduccionismos estériles que apuntan a la decadencia de la sociedad y la pérdida total de valores. Todas las generaciones han tenido su cuota de perversión en mayor o menor grado y cada una asegura que la suya es la mejor. Tampoco voy a ser moralista al extremo de acusar a los ritmos musicales que hoy bailan nuestros niños en fiestas infantiles, los incitan a descubrir temprano su sexualidad, esa materia es de otro análisis y deben hacerlo profesionales calificados. En todo caso, nuestra sociedad es testigo de la práctica sexual temprana y todo apunta a que el desinterés legislativo, la falta de preocupación de políticos, directores de escuela, maestros, padres y representantes, le están haciendo un gran favor a los transgresores.
El esconder esos casos debajo de la alfombra no hará que desaparezcan, como tampoco evitará que la próxima víctima pueda ser un niño que conozcamos o que sea de nuestra familia. La única forma de combatir este grave delito es publicarlo, admitirlo y condenarlo desde todos los sectores de la sociedad.
El niño o los niños que practican la violación de otros de sus compañeros, son regularmente víctimas del abuso sexual en su propio círculo familiar, y como todo lo que aprenden estos pequeños tienden a repetirlo, pues esas conductas también son puestas en práctica. Para ello se valen, igual que sucede en su casa, del chantaje: “tus padres se van a enojar”; de la manipulación: “no voy a ser más tu amigo sino…”; y del juego persuasivo: “tranquilo que es solo un juego”.
Como en muchas otras áreas de la vida nacional, en Venezuela no existen cifras de violaciones a menores de edad perpetradas por sus similares, tampoco hay denuncias claras que arrojen mayores datos sobre la situación. Pero lamentablemente como columnista y defensor acérrimo de los derechos del niño, niña y adolescente, recibo testimonios de amistades, conocidos y lectores que suman una larga lista de preocupaciones sobre lo cual debemos actuar.
Para frenar este flagelo naciente en nuestro país, pero que ya cuenta con numerosas víctimas en otras naciones, lo recomendable es la charla permanente con nuestros hijos, generar en ellos la confianza de contarnos cualquier situación anormal y denunciar ante las autoridades. La denuncia es importante porque más allá de exponernos a situaciones incómodas, proporciona a las autoridades las herramientas para actuar legalmente. Además, esas denuncias sirven para llevar un registro que podría contribuir a que el poder legislativo se ponga los patines y comience a dictar leyes para combatir ese delito.
Más allá de la paranoia, la seguridad e integridad de nuestros hijos no debe ser dejada al azar. Sirvan estas líneas para sumar una preocupación más al caso, no para generar alarma sino para motivar la acción preventiva.