Mi abuela educó a sus hijos y a varios de sus nietos con aquella conseja que rezaba: “los niños no se meten en conversaciones de adultos”. Mis hermanos, mis primos y yo, solíamos obedecer aquella orden de manera meticulosa y con un respeto irrestricto. En aquellos días no habían amenazas de por medio, ni una chola, ni una correa que se asomara, sólo la solidez de aquellas palabras que inspiraban un respeto tan venerable, que era imposible quebrantar la instrucción. Hoy por hoy, esta generación continúa respetando y haciendo respetar aquella frase casi grabada en nuestro ADN.
Una de las primeras cosas que se pierde cuando un niño interrumpe la conversación entre adultos, es la paciencia. Algunos padres les gritan, los sacuden o les amenazan en público, avergonzando de esta manera a los más pequeños que solo piden un poco de atención. Lo segundo que se pierde es la autoridad, pues un niño que recibe regaños en público, pierde la capacidad de abochornarse y por tanto seguirá montando sus “shows” frente a la visita. Finalmente perdemos el respeto de nuestros chamos, ya que alguien que no te presta atención, y por el contrario te humilla en público, no puede ser digno de tal consideración.
Todas estas cosas ocurren en la cabeza de un niño en edades comprendidas entre los 3 y 7 años, sin que ellos logren reflexionarlo de manera consiente, pero de cualquier manera van a llegar a esas conclusiones llevados por las circunstancias. Los niños que interrumpen las conversaciones de los adultos buscan sentirse queridos, apoyados y escuchados. Para ellos la atención de sus padres es motivo de orgullo y bienestar, es una señal de que son importantes para sus principales ídolos. Es una etapa que debemos aprovechar con entusiasmo por dos razones: a) solo durará hasta que nosotros les seamos fastidiosos (cosa que llegará pronto) y b) porque tenemos la oportunidad de educarles en el respeto.
Como muchas veces hemos escrito en estas líneas, el aprendizaje llega a través del ejemplo. Padres que no interrumpen al hablar, enseñan a sus hijos el mismo hábito. Pero si aún el chamo continúa con esa mala costumbre, hay que hablar con ellos en el acto y explicarles de manera breve que en este momento papá o mamá están ocupados y que al terminar le atenderán. Luego debes volver a tus asuntos de gente grande restando importancia a la insistencia del pequeño. Si la insistencia se convierte en berrinche, habrá que hacerle saber que su comportamiento será sancionado luego y en privado.
Llegado ese momento, la conversación calmada y constructiva debe prevalecer. Es necesario que los chamos entiendan que los adultos necesitan su espacio, atender a sus amistades, asuntos laborales o familiares, que entiendan que tú eres el padre (o madre) y que de manera especial vas a atender las solicitudes de los niños en el momento oportuno. Evita desencantar a tus hijos no escuchando lo que tienen que decirte, pues cuando sean más grandes no serás su interlocutor de confianza.
Jugando a conversar
Hay muchas estrategias bastante buenas para que los chamos reduzcan las incómodas interrupciones de sus padres o de otros adultos en general. En lo personal me gusta usar la de mi abuela, que con su paciencia, pero con su carácter imperturbable, lograba que uno anduviera derechito. Pero también está un truco que me encantó y que copié de una mamá con su hija en esos pesados viajes en el Metro.
Es el juego de no interrumpir. Se trata de contar pequeñas historias, a veces anécdotas personales, mientras el otro escucha y espera su turno. Si se involucra un tercero, mejor, pues así podrás contarle la historia a uno de ellos mientras el otro solo escucha y espera su momento de hablar. Esto provocará que tus chamos tengan mayor fluidez a la hora de hablar, sepan respetar y valorar las intervenciones de otros y esperar pacientemente su oportunidad.
No es un secreto para nadie que la educación y la crianza moderna, que no debe olvidar la sabiduría ancestral, apoya los juegos de esta naturaleza como herramientas de aprendizaje efectivo. Una forma divertida de educar y fijar valores en nuestros muchachos.