¿Nace o se hace? Esa es la primera pregunta que viene a la mente de muchos padres y madres que deben lidiar con un niño competitivo. La respuesta es sencilla: las dos cosas. Un niño competitivo es aquel que ve en cada situación que se le presente, una ocasión apropiada para compararse y competir con un rival real o ficticio. Estos pequeños no padecen ninguna enfermedad psicológica o algo por el estilo, pero sí pueden sufrir mucho si no los atajamos a tiempo.
Los niños competitivos son personitas muy inseguras, que tienen pánico o terror al fracaso, una reacción que es consecuencia de las presiones excesivas de sus representantes, creyendo que con ello les harán más exitosos, o mejores personas ante cualquier aspecto de su vida. Se equivocan. Las personas con “sobredosis” de competitividad, tienden a ser rechazadas en el mundo real, sobre todo en la adolescencia y la adultez, etapas en las que un padre no los puede proteger.
Con frecuencia observamos papás que en las prácticas de béisbol o fútbol, les gritan instrucciones a sus hijos desde las gradas, queriendo tomar el lugar del entrenador. Al salir del entrenamiento, se les escucha criticando la actuación de los niños de una manera destructiva. Esa actitud en muchos padres y madres, se observa en pistas de ballet, piscinas, el karate o el salón de clases. Todo mal con eso.
Es precisamente esa clase de padres, la que introduce en la mente y conducta de sus hijos el mal manejo de la frustración, el miedo a equivocarse y el terror a intentarlo de nuevo. Esta presión, sumada a la constante comparación con otros niños, conseguirá resultados devastadores en la personalidad de los pequeños.
Identificar y corregir
A menos que seamos unos padres desnaturalizados, nadie desea el sufrimiento de sus hijos. Por lo tanto, si detectamos algún percance en su formación, lo natural es corregir a tiempo. En el caso que nos ocupa sobre los niños competitivos, hay que saber que esa conducta puede ser parte de su personalidad o puede ser inducida por nosotros.
En el primer caso debemos tener mucha paciencia y entender que la personalidad es algo que nunca vamos a moldear del todo en un hijo. El reconocimiento de su condición y la adaptación de la misma para una feliz interrelación con otras personas, es deber nuestro como padres.
Para ello también nos sirve el acompañamiento que debemos tener para el segundo caso. Si nuestros hijos son en exceso competitivos por responsabilidad nuestra, hay buenas noticias: lo podemos revertir.
Un niño competitivo suele hacer berrinches, compararse desagradablemente con otros, gritar a otros en público (incluso a sus padres), insultar y lanzar objetos, golpear a otros o incluso a sí mismo. Su incapacidad para manejar la frustración y el miedo a ser rechazado, evitan que el muchacho pueda asimilar que no todo en la vida le va a salir bien.
Es allí donde entramos nosotros y nos vestimos de héroes. Habla con ellos, acéptalos como son y explícales que tienen derecho a equivocarse, pero que de ese error pueden aprender para hacerlo mejor la próxima vez. Debes dejar que cometan errores, incluso debes propiciar que estos errores ocurran para que aprendan a manejarse en situaciones frustrantes.
Tu ejemplo será la mejor enseñanza. Si ven a un padre gritón, ofuscado o violento cuando algo les sale mal, difícilmente captarán cualquier mensaje en otra dirección. La enseñanza que debes dejarle es que la competitividad no es mala en sí misma, pero como todo en la vida no debe ser practicada en exceso.